jueves, 17 de abril de 2014

Gutierre de Cetina y el código de colores

DOS SONETOS DE CETINA A TODO COLOR

                            
Se suele señalar a los amigos Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, y con razón, como introductores en España del verso italianizante (11 sílabas, a veces 7) y las ahora llamadas estrofas clásicas (cuarteto, serventesio, tercetos, ... hasta llegar al culmen de la poesía estrófica en nuestra lengua, el soneto). Se considera un precedente en grado de tentativa al marqués de Santillana, con sus sonetos "imperfectos" y, asimismo, se considera que los renacentistas y manieristas españoles aprenden y beben del barcelonés y el toledano (especialmente Garcilaso es el que se toma como modelo, Príncipe de la Poesía española), destacando el Divino, el sevillano Fernando de Herrera, quien además de dedicarse toda su vida a la poesía, tradicional y clásica, escribe junto al Brocense los primeros comentarios a la obra de Garcilaso.
     Esta visión es cierta, tal vez, como resumen rápido. Pero no es del todo verdad. El caso de Gutierre de Cetina lo confirma esa no del todo veracidad. Este poeta, sevillano también, es de similar edad que Garcilaso, asimismo es noble y, poeta-soldado, como el toledano, bebe directamente de las fuentes italianas, pues en Italia estuvo bastante tiempo. Vidas y obras parejas, como se ve, no seré yo quien diga si conoció o no, imitó o no, a Garcilaso, o si bien es ese uno de los casos relativamente frecuente en el que dos o más personas (artistas, científicos) llegan a un tiempo a un mismo resultado, a una misma novedad. Remito, más bien, al estudio previo que a los Sonetos y madrigales completos de GUTIERRE DE CETINA, realiza Begoña López Bueno en su edición de Cátedra (Madrid, 1990).



     Yo ya la he leído dos o tres veces, y seguramente, a raíz de este artículo, volveré a él una vez más, y con gusto. Lo que pretendemos ahora es aunar Literatura (un soneto de Cetina) con la comunicación, con Lengua. El siguiente soneto del poeta sevillano , el 129 de la edición de López Bueno, nos revela un código de colores: a cada color enunciado (significante) se le otorga un significado convencional. Lo reproduzco con ortografía moderna:

     Es lo blanco castísima pureza;
amores significa lo morado;
crudeza o sujeción es lo encarnado;
negro oscuro es dolor, claro tristeza;
     naranjado se entiende que es firmeza;
rojo claro es venganza, y colorado
alegría; y si oscuro es lo leonado,
congoja, claro es señoril alteza;
     es lo pardo trabajo; azul es celo;
turquesado es soberbia; y lo amarillo
es desesperación; verde, esperanza.
     Y de esta suerte, aquel que niega al cielo
licencia en su dolor para decillo,
lo muestra sin hablar por semejanza.






     Traer este poema a las aulas de Secundaria (3º de ESO y 1º de Bachillerato) puede servir para practicar el soneto o explicarlo, señalar que decillo es decirlo, y por qué, y otras consideraciones. Un ejercicio sencillo es pedirle al alumnado que coloree sobre cada color mencionado. Parece una tontería, pero les enfrentará a colores desconocidos para ellos (pardo, leonado), aumentando así su vocabulario, y a dificultades como diferenciar entre negro claro y oscuro o leonado claro, leonado oscuro y pardo. Les enfrentamos al campo semántico, a la precisión léxica, a la delimitación de significados en un continuum y a figuras literarias como el símbolo.

     A raíz de la lectura del soneto anterior podemos desvelar el trasfondo y el sentido del siguiente. Pues para entender al completo el soneto 130 de la edición de López Bueno es menester usar el 129 como una especie de diccionario o guía. El soneto es amoroso:

     Bastar debiera, ¡ay, Dios!, bastar debiera,
señora, el ser crüel, áspera y dura,
sin que por adornar la hermosura
que al mundo es hoy un sol, tal nombre os diera.
     Bastar debiera, ¡ay, Dios!, mostraros fiera
siempre a la obstinación de mi locura,
sin que por la color mi desventura
de nueva crüeldad temor tuviera.
     Si queréis que a entender me dé el vestido
cuál es la condición esquiva y dura,
volvedlo del revés y será cierto:
     lo encarnado crüel quede escondido,
mostrad lo blanco que es limpieza pura;
será el engaño así más encubierto.

     En clase hay que pedirle al alumnado que desvele el significado del soneto guiándose por el anterior (pero guiándolos a base de preguntas, pues resultará difícil para la mayoría). Vamos a comentarlo aquí directamente, por encima, claro (con cierto fondo me llevaría demasiado).
     Vemos en los cuartetos que el poeta padece de lo que por entonces (S. XVI) se consideraba una enfermedad: el amor. Está loco de amor por una dama que le rechaza en sus requerimientos. Este rechazo de la enamorada hacia el galán amante se considerará por parte de los poetas renacentistas una crueldad difícil de sobrellevar por aquel (como pensaba Romeo de Rosalina, por poner un ejemplo). El poeta enamorado pone de manifiesto esta falta de compasión, esta crueldad, por parte de la joven bellísima, como un sol al que adora, hacia él, sin que por ello él la llame "cruel", pues no puede decir nada malo de aquella a la que adora y que, como el astro rey, es su vida. Queda claro, entonces, que no es cruel "de verdad", sino dentro de la convención amorosa desde el punto de vista de que, inflexiblemente, no deja un ápice de esperanza al enamorado de conseguir que ella se enamore de él, a tenor de sus gestos, actitud o palabras.  
     Resulta que lo que llama la atención del triste galán es el hecho de que ella lleve un vestido rosa, encarnado, pues sabemos por el soneto anterior que este color significa 'crueldad' ("crudeza"; "crüeza" en el original), y asocia estos dos hechos (un "concepto" según Gracián, tan usado por los poetas cortesanos del XIV y XV y anticipatorio del conceptismo Barroco): el color del vestido y la indiferencia amorosa (crueldad). El amante ha sido rechazado por la dama todas las muchas veces que la ha cortejado, de palabra y gesto. Ahora, encima, la ve, y además de su belleza contempla, sin dirigirse a ella, esa crueldad en el color de su vestido, y se echa a temblar (por eso nos imaginamos, o al menos yo lo hago, el color del rostro del poeta amarillo, porque se encuentra enfermo de amor y, sobre todo, porque ante la visión del encarnado-cruel se pone de manifiesto su amarillo-desesperación amorosa).
     Dado que lo de fuera es la apariencia y lo de dentro lo auténtico, el poeta, usando un nuevo giro conceptista, le da una vuelta más a la relación actitud de la amada-color de su vestido. Puesto que el interior de los vestidos son blancos, tal y como están las cosas esta dama es aparentemente cruel pero casta, inocente, por dentro (rosa-blanco). Él le propone que, si verdaderamente quiere  mostrar a los demás su condición esquiva y cruel que transmite el rosa de su vestido, es mejor que se lo ponga del revés, porque aún será más cruel aparentar inocencia (blanco) para, una vez que se profundiza en el conocimiento de quién es, se descubra su verdadera condición cruel (rosa). 
   
    

Si tuviéramos que interpretar la condición de cada una de estas damas, la madrastra (en el centro) es alegre (se las prometía muy felices); la hermanastra (derecha) enamorada y cruel, o sujeta (a la madrastra, imaginamos, o cruel con los enamorados); Blancanieves (izquierda) está desesperada aunque es soberbia. ¡Si ellas lo supieran...!


Texto: José Alfonso Bolaños Luque
Imágenes: http://photopin.com

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