Algunas reflexiones sobre la lengua y su uso para el día a día, y para su aplicación en las aulas
ESCUCHAR: LA HABILIDAD OBVIADA. LA TRASCENDENCIA DE LA FUNCIÓN EMOTIVA DEL LENGUAJE, Y SU HERMANA, LA FUNCIÓN SOCIAL. DE METÁFORAS E IMPLICATURAS EN CUALQUIER TEXTO
Este puede considerarse un artículo transversal a los desarrollados en la serie Plan Lingüístico de Centro y Competencia Comunicativa. También es una reflexión sobre aspectos del uso del lenguaje, en general.
1. ESCUCHAR: LA HABILIDAD BÁSICA DEL LENGUAJE OLVIDADA (Y EL ARTE DE PENSAR)
En el artículo anterior emitíamos diversas críticas a los documentos que desarrollan el PLC (Plan Lingüístico de Centro), al PLC en sí y al trabajo de la competencia comunicativa en los centros educativos, especialmente en secundaria. A propósito de esto, el PLC acoge en su seno el propósito de potenciar en el alumnado el trabajo que desarrolle las cuatro habilidades básicas del lenguaje (escribir, leer, hablar y escuchar). No es una novedad suya, viene de muy atrás; los profesores de Lengua lo sabemos bien.
Y, a partir de ahí, en lo que más se centra es en la lecto-escritura: escribir y, sobre todo, leer, es en lo que más se pone el énfasis. Lógico, por otro lado: ¡estamos en la escuela! Pero también lo más cómodo, en ocasiones.
Es difícil plantear estrategias para abordar la lengua oral, que es la auténtica. Y cuando lo hacemos, atacamos especialmente la expresión oral (hablar), sobre todo, y muy útil, en los diferentes registros a usar según el contexto, siendo la escuela el marco ideal para abordar contextos formales: exposiciones orales de trabajos con apoyo del Power Point o el Impress, simulacros de entrevistas de trabajo, ...
En todo caso, no adiestramos a nuestros alumnos a una correcta escucha, ni literalmente (entender un texto oral escuchado, como sucede en la Prueba de Diagnóstico), ni en su más amplio sentido (saber escuchar a los demás, incluso cuando callan: un buen principio hacia la empatía). Tal vez lo minusvaloramos, o no, no lo minusvaloramos, pero lo dejamos aparcado porque no sabemos plantear actividades de este tipo y evaluarlas bien, ni conocemos del todo qué querríamos conseguir con nuestros alumnos. Y eso que, luego, parece como si esperásemos de ellos lo que nadie puede hacer (por biológicamente imposible): que nos atiendan y entiendan durante 50 o 60 minutos... ¡de principio a fin! Y quizás también sea esta una habilidad que debamos desarrollar más y mejor nosotros mismos.
Y es que escuchar es la habilidad olvidada, no solo en la escuela, sino en general. Nos pasa a casi todos. No sabemos escuchar. ¿Cómo enseñar lo que no se sabe? En palabras de Francisco Gavilán: De las cuatro capacidades básicas, leer, escribir, hablar y escuchar, la última es una de las más utilizadas, pero siempre la más descuidada. Se puede, por ejemplo, aprender a escuchar de los psiquiatras. ¡Pero el sistema es caro! (F. GAVILÁN: No se lo digas a nadie... así; Booket, p. 226).
Si enseñar a escuchar es complicado, ni te cuento ya enseñar a pensar con criterio y por uno mismo, que debería ser uno de los macroobjetivos de cualquier docente de Primaria y Secundaria, en opinión de Augusto Cury (y de la mía también). Pero ... ¿lo hacemos nosotros? Algunas frases de Cury, ya usadas por mí en otras ocasiones, nos pueden hacer reflexionar:
... la educación ha contribuido poco a la formación de la personalidad y el arte de pensar. La escuela y los padres están perdidos y confundidos acerca del futuro de los jóvenes. [...] en el mundo actual, aunque se hayan multiplicado las escuelas y la información, no aumentamos en la misma proporción la formación de pensadores. Estamos en la era de la información y la informática, pero las funciones más importantes de la inteligencia no se están desarrollando. Las personas del siglo XXI [...] serán personas con más capacidad de dar respuestas lógicas, pero menos capaces de dar respuestas a la vida, con menos capacidad de superar desafíos, o de contemplar lo bello, tratar con sus dolores, enfrentar los dolores de la existencia y discernir los sentimientos más ocultos en los demás. Desafortunadamente, tendrán dificultades para proteger sus emociones y serán susceptibles de enfermedades psíquicas y psicosomáticas.
(A. CURY: El maestro de las emociones, pp. 22-25)
Transmitir el arte de escuchar y el arte de pensar son misiones necesarias y nobles para el docente de hoy.
2. LA FUNCIÓN EMOTIVA O EXPRESIVA DEL LENGUAJE: LA MÁS IMPORTANTE
Probablemente, la FUNCIÓN EMOTIVA (o EXPRESIVA) del lenguaje sea la más importante, primitiva y básica, por encima, incluso, de la REPRESENTATIVA o REFERENCIAL, que es la que se usa cuando transmitimos con el lenguaje información acerca del mundo físico que nos rodea (y del no físico también). ¿En qué quedó aquello que se traía a las aulas de Filologías acerca de los bits de información? La expresión de sentimientos y de estados de ánimo es constante en nuestras conversaciones y escritos, a través del lenguaje verbal y del no verbal. No conviene en absoluto subestimarla, y tiene muchísimo que ver con la competencia comunicativa (no se queda en el Departamento de Orientación; está y ha estado siempre en los Departamentos Lingüísticos). Sin embargo, a esta función, la emotiva, se le ha prestado poca atención desde la Lingüística (relegándola en la mayoría de los casos a las frases exclamativas y poco más). Pero recuérdese, con independencia de lo que se dice, que muchas veces hablamos porque queremos (necesitamos) ser oídos, expresarnos, manifestarnos en el mundo verbal y de la comunicación. Si conseguimos ser escuchados, podemos llegar a la "catarsis" emocional, incluso.
Y también nos gusta hablar por hablar. Existe otra función del lenguaje, aparte de las tradicionales: la FUNCIÓN SOCIAL. Hablar del tiempo o de fútbol es una manera de relacionarnos con los demás, y no transmitimos ninguna información. Tiene algo de fática y algo de emotiva, pero es fundamentalmente un uso social del lenguaje. La lengua sirve para relacionarnos correctamente, y muchas veces el lenguaje se usa para eso, para relacionarnos entre nosotros.
3. METÁFORAS E IMPLICATURAS
Aunque en algunos ámbitos, como por ejemplo el científico, el uso denotativo del lenguaje es fundamental, ya he comentado a propósito de un libro de Derrida que el uso exclusivamente monosémico y denotativo del lenguaje puede ser lo más anticomunicativo. Muchas veces nos resulta casi imposible entender los conceptos desarrollados en un texto filosófico o científico precisamente porque es demasiado específico en el uso de su vocabulario y en las relaciones lógicas que establece en sus frases. Y es que no hablamos así. Entre otras cosas, las metáforas son cruciales en nuestras interacciones verbales del día a día. Es obvio que no se puede hablar todo el tiempo a base de metáforas, sobre todo si son metáforas novedosas: hablaríamos con enigmas, y nuestro texto, de nuevo, se volvería hermético y oscuro. El lenguaje verdaderamente eficaz necesita de un equilibrio entre lo denotativo y lo connotativo, entre la literalidad y el sentido figurado. A question of balance, como dirían los Moody Blues.
En la correcta comprensión de los textos de todo tipo son de especial importancia las implicaturas que aparecen y las inferencias que podamos extraer. Necesitamos metáforas para hablar y entendemos en un alto grado a base de inferencias (silencios comunicativos, relaciones causa-efecto no expresadas y que se tienen que deducir, ...). Pondré algunos ejemplos muy sencillos.
Ayer me tomé un café fuera de casa, en una cafetería. Ya había terminado y deseaba marcharme, así que le pregunté al camarero: ¿Me dice cuánto es? Ante esta pregunta, la respuesta del camarero no solo es Uno diez, que me lo dice, sino esperar a que le dé el dinero y efectivamente le pague. Al preguntarle por el precio del café, se debe sobrentender por el contexto que no es mera curiosidad, sino que voy a pagarle. Así que el camarero no solo me da la información (FUNCIÓN REPRESENTATIVA del lenguaje) sino que procede a cobrarme (FUNCIÓN APELATIVA del lenguaje). Es igual que si preguntas a un viandante desconocido ¿Tiene hora? No te va a responder sí o no, sino que, si puede, te dirá qué hora es, aunque tú no se lo hayas preguntado explícitamente. Es una pregunta inferida.
Estos ejemplos son muy sencillos y convencionales, pero en otros casos la comunicación dependerá de entender las implicaturas a inferir, y no siempre es fácil. Ejemplos un poco más complejos son estos:
Juan le dice a Raúl: Ya sabes quién viene ahora. Le está recordando que la siguiente clase es con ese profesor tan aburrido que los suspendió y que deben mantener la compostura lo mejor que les sea posible (FUNCIONES EMOTIVA -desahogo- y APELATIVA del lenguaje). La madre le dice al hijo: Ya son las cinco. Y el chico sabe que le toca ir al dentista: se levanta sin decir nada y se arregla para salir. A lo mejor esa misma frase, en otro momento, dirigida a Paco, su marido, significa que le toca sacar al perro. No le dice: Saca al perro, le dice: Ya son las cinco. O el famoso dolor de cabeza en las relaciones de pareja.
Empeñarse en quedarse solamente con la literalidad de las palabras es un error. Precisamente ese es uno de los síntomas del autismo; el autista no tiene capacidad de deducir lo no dicho ni de inferir implicaturas. Fuera de este trastorno, quien lo hace así es que será poco inteligente o poco empático, o se tratará de una estrategia propia del que quiere "pillarte" en un renuncio (acabas de decir que...; tú dijiste exactamente que...). Un arma potente en según qué manos, como las de un abogado. Así que, de todos modos, cuidado con nuestras palabras. Todo lo que digas (y cómo lo digas) puede ser usado en tu contra... ante un tribunal o ante otras personas.
Texto: José Alfonso Bolaños Luque
Imágenes: http://photopin.com
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