jueves, 22 de marzo de 2012

AMAE: PRIMEROS ESBOZOS DE UNA NARRACIÓN PARA JÓVENES

AMAE

PRIMERA PARTE

UN DESCUBRIMIENTO SORPRENDENTE SIN QUERER








José Alfonso Bolaños Luque


1



Me llamo Carlos. Tengo 17 años y poseo una cualidad especial que me diferencia de los demás. Es un rasgo físico, ahora lo sé, y está relacionado con el oído, aunque hubo un tiempo en que creí poseer poderes paranormales. No niego que eso me hacía ilusión, pensar que yo tenía una “sensibilidad especial”: que podría comunicarme con espíritus y todo ese rollo. Pero ahora me doy cuenta de dos cosas. La primera, que la explicación física de mi sensibilidad no hace que deje de ser especial. Y la segunda, que en todo lo demás soy un chico normal de 17 años; es más, para según qué cosas mi edad mental lleva cuatro años teniendo 13.


La rubia camarera iba vestida a lo hombre – de abajo arriba: zapatos negros de punta redondita, pantalones negros, camisa blanca de manga corta y chaquetilla negra. El uniforme, en fin, de esta cafetería. También lleva una pajarita negra. Sin embargo, su cola de caballo (pequeña) va cogida por un coletero, que es un pompón naranja intenso ladeado hacia su derecha; la camisa va salida por detrás; tiene un piercing en su pequeña nariz; sus labios están pintados de rosa pastel brillante y sus párpados de azul discreto; y su pose cuando está quieta (lo que sucede muy poco a menudo y durante muy poco tiempo) es tan femenino como disponer su rodilla al centro de su eje y apoyar la pierna muy levemente en el canto interior de su redondeado zapatito, dejando la suela hacia fuera. O sea, con todo esto quiero, además de describirla, decir que es pura feminidad escondida en un atuendo, en principio, masculino. Va de aquí allá con su bandeja y no para quieta un momento.

            Me encanta venir a esta cafetería por muchos motivos. Tiene el dueño colocado un cartel, entre otros muchos, que me entusiasma. A simple vista no te das cuenta, porque está redactado y puesto con mucha seriedad. Pero si en ese momento estás algo aburrido, te da por leerlos: “No se sirven bebidas alcohólicas a menores de 18 años”, “Este establecimiento dispone de hojas de reclamaciones para el cliente que las solicite”, “Se permite fumar”, ..., y también (y esto es lo más grande): “Está permitido leer, escribir y dibujar en este local”. ¡Me encanta ese cartel! Así que, aunque pego aquí muy poco entre gente mayor que yo, vengo mucho a leer, escribir, dibujar, tomar café y fumar de vez en cuando. Además, hay una luz estupenda. Éste es uno de mis rincones favoritos.



2

He decidido llevar una especie de diario. Aquí, en este cuaderno, apuntaré los diferentes sucesos en los que “oigo voces”. También voy a intentar relatar la historia de mis percepciones, en la medida en que mi memoria me lo permita.
      Mi intención no es sólo dejar constancia de estos sucesos. Yo creo que la gente escribe diarios personales por varios motivos. En primer lugar, imagino que desahogarse, hablar consigo mismo. Luego, de este modo, podría uno tomar decisiones a corto plazo en base a lo sucedido en diferentes días: la memoria a veces, y los arrebatos sentimentales casi siempre, son muy malos consejeros. También imagino que debe hacer ilusión, pasado el tiempo, recordarse a uno mismo: por tanto, un diario es una botella con un mensaje dentro, que lanzas al mar del tiempo desde tu isla del presente. Y, por último, es un libro de registro: hay datos con los que sacar conclusiones y tener una idea más general, no sólo de quién es uno, sino de los acontecimientos externos, de los demás.
      Esto no es un diario personal, pero tiene objetivos parecidos. No sólo voy a registrar las cosas que oigo, y a esbozar una historia de cómo se ha desarrollado en mí esta cualidad. Soy consciente de que es muy especial, tal vez sea yo el único que la posea: quiero definirla, quiero intentar encontrarle una explicación, quiero impedir que eso me convierta en “un raro” y quiero conocer si es posible que tenga alguna utilidad.
Se nota que soy del Bachillerato Tecnológico, ¿verdad?

Estoy aquí otra vez, en mi rincón favorito. Hoy he venido con mi cuaderno de dibujo, mis ganas de dibujar ahora son tremendas. He pasado de pintar al carboncillo algunos edificios de esta ciudad a retratar personas y ambientes a grandes trazos con diferentes técnicas. Estoy a punto de terminar el de mi padre (tengo una foto delante): es un hombre serio, con gafas amplias, bigote de morsa de dibujos animados, entraditas, ojos pequeños, ... Al principio mi intención era hacer un primer boceto para luego repetirlo en hoja aparte y regalárselo. La verdad es que, con lo diferente que somos, en el fondo lo quiero y lo respeto mucho. Pero ahora mismo acabo de hacerle salir unos impresionantes cuernos de diablo de su cabezota. No es más que una broma, no es más que una bromita, ya está,... Y ahora... ¡humo negro saliendo de sus orejas! Lo quiero y lo respeto, pero para según qué cosas, es demasiado severo, por eso se me ha ocurrido de repente pintarlo así. Ya le borraré los “extras” luego. Pero es que, ¿qué padre español manda a su hijo a estudiar Bachillerato a otra ciudad? Todavía a un Ciclo Formativo, vale si no hay más remedio, pero, total, podía haberme quedado en casa y sacarme la Selectividad allí que, por cierto, me da la impresión de que es más fácil que aquí. “Intenta curtirte el carácter, hijo. Eso es tan importante como estudiar mucho. Cosa que también debes hacer, recuerda”, fue su frase lapidaria antes de subirme en el autobús, con Alberto, en septiembre del curso pasado. Y todo porque le dio, así, de repente, la neura de darme una educación al estilo británico y centroeuropeo. Vería algún documental, o alguien le iría con eso en alguna conversación inofensiva, pero él, ¡zas!, de golpe: “Tú, a hacer Bachillerato a otro sitio. Así aprenderás a valerte por ti mismo: serás más ordenado, administrarás tu dinero, tendrás que aprender a limpiar y cocinar, a convivir con compañeros, y a tomar decisiones con responsabilidad”. Y lo más fuerte es que convenció a los padres de Alberto para que hicieran lo mismo con él. Así, la casa de alquiler le sale más barata. De todos modos, Alberto está encantado: claro, ¡16 años y sin padres! Pero es que a él sus padres no le han soltado todo ese rollo de la responsabilidad y tal; está claro que su espíritu es más de aventura loca que de “curtirse el carácter”.
            Así que, aquí estamos él y yo, compartiendo piso e instituto en esta ciudad (para mí, simplemente la Ciudad). Empezamos el curso pasado, en que hicimos Primero de Bachillerato, el tecnológico los dos. No nos fue del todo mal; no por lo menos la adaptación a los cambios, la convivencia y todo eso... En los estudios, alguna que otra nos ha quedado para septiembre, ¡para ya mismo! 
            Bueno, pues ahora que me acuerdo, me voy a casa, que tengo que estudiar. Los exámenes están ya cerca, y la Química y las Matemáticas no se estudian solas. Pero antes..., ¡mmm...!, ¡ya está!, coloco el pompón de la camarera en la cabeza de papá. ¡Qué mooonooo! (Por cierto, la camarera lleva el mismo pompón de ayer pero amarillo, en lugar de naranja; un amarillo denso, amelocotonado).



3



 18 de Agosto

No desde hace mucho tiempo, pero sí desde que era todavía un niño (¿12 años, tal vez?), en el momento y lugar en que menos me espero, empiezo a escuchar sonidos y voces que no sé de dónde vienen, que no parecen tener procedencia visible alguna. No es que me suceda muy a menudo, y en ocasiones es durante sólo un instante, pero así es. Si alguien, por el motivo que sea, está leyendo esto, se podrá imaginar entonces cuántas cosas se me han pasado por la cabeza y durante cuántos años: que estaba esquizofrénico, y oía voces en mi cabeza; que escuchaba a espíritus; que tenía la imaginación desbordada como los que tienen un amigo invisible; que era mentira; ... Algo a lo que siempre le he dado vueltas al coco y que, sin embargo, nunca he contado a nadie.
   No es nada de eso que he nombrado. ¿Esquizofrénico? Las voces no se dirigen a mí ni me ordenan o sugieren nada, más bien ignoran o no saben que yo, y todos los demás, estamos ahí. ¿Espíritus? ¿Escuchando a todo volumen salsa y rock’n’roll, por ejemplo? Además, yo no creo que los espíritus de los muertos vaguen a nuestro alrededor. Lo de la imaginación infantil podía tener un pase, pero la sensación de estar escuchando es muy real. Y, en fin, negar un problema no lo elimina.
   La conclusión a la que llego..., a la que he llegado desde hace algunos años, es que los sonidos son reales, pero de otro tiempo, del pasado. Son reales, eso seguro, los oigo claramente; y son de otra u otras épocas porque lo que dicen no suena nada actual, porque a veces se escucha una tele o una radio de fondo, y a lo que se refieren no tiene nada que ver con la actualidad, y por muchos más motivos, por ejemplo, la forma de hablar de la gente en las conversaciones.
   Ahora que sé qué es una onda sonora, a mí me parece que mi oído, por algún motivo fisiológico que desconozco, “capta” residuos muy leves de ondas sonoras emitidas hace años. Es como si estuvieran ahí, colgadas en el aire, difuminadas pero aún existentes. Durante el curso pasado, la profesora Remedios nos dijo que algunas estrellas de las que vemos en noches de cielo despejado no existen, pero que estamos tan lejos de ellas que ahora es cuando vemos su luz que hace tanto tiempo emitieron; pues bien, lo mío debe tratarse de un fenómeno similar, pero con sonidos: me llegan cuando ellos mismos, y las personas o aparatos que los emitieron, no existen o están ya en otro lugar o más viejos que entonces.


He dormido poquísimo. Anoche estaba nervioso sin por qué, no podía dormir, así que aproveché esa circunstancia y me puse a estudiar, sobre todo matemáticas. Aún veo representaciones gráficas de funciones si cierro los ojos, tendiendo hacia el límite...
            Papá sigue todavía muy cabreado por haber suspendido dos asignaturas. Según él, soy un chico muy inteligente, y el único motivo de que haya fracasado ha sido, sin duda, que hemos tenido que estar haciendo el vago Alberto y yo. Como a Alberto le han quedado tres, para él no hay vuelta de hoja con respecto a ese asunto. Eso de que hemos estado solos con 16 años, teniendo que cocinar sin que nadie antes nos hubiera enseñado, las tareas de la casa, y tal, eso no lo ve. Así que, ¡hala!, en Julio en casa, pero en Agosto, mientras mi familia está de vacaciones en la playa, yo me he tenido que quedar aquí estudiando, como si así fuera a concentrarme mejor. ¿No será más bien al revés? Al fin y al cabo, aquí nadie me controla, puedo hacer lo que quiera, podría estar todo el día sin coger un libro y nadie se enteraría. Pero mi padre se equivoca: ni soy tan inteligente ni he estado haciendo el vago durante todo el curso. No quiero repetir Primero; además, quiero demostrarme a mí mismo que realmente valgo para las ciencias y que lo que me ha pasado ha sido más por la adaptación a un cambio tan brutal que por falta de capacidad y trabajo por mi parte.
            He vuelto a venir al mismo bar, pero hoy sin libreta de dibujo y sin ánimo apenas. La verdad es que, en cierto modo, he venido a despedirme. Vuelve a estar la misma camarera de estos días: ahora su pompón es rojo, y se bambolea al unísono con su coleta, de un lado para otro (lo lleva más suelto, ella está más nerviosa que de costumbre, y digo yo: ¿tendrá una colección de pompones-coleteros de todos los colores?). Ya es raro que siempre que venga esté ella: me consta que no es la única que trabaja en este sitio, ... Bueno, ¡en fin!, lo dicho: vengo a despedirme silenciosamente. De ella, de este lugar y de pasar tanto tiempo dibujando y escribiendo. Por una larga temporada; y no sólo porque me estoy quedando sin dinero, sino sobre todo porque se me va acabando el tiempo, el tiempo largo éste del verano. Ya a partir de hoy me meto en zafarrancho de estudio: cuando llegue a casa, voy a crearme carteles para ponerlos en todas las habitaciones, para estimularme el estudio incesante, como si me hubiera encerrado en un búnquer, o estuviera luchando en una trinchera, o algo así. Ya fui ayer a comprar las cartulinas. Pondré frases de ánimo en grande en unas; en otras, tipo “mi-padre”, para autorrecordarme lo importante que son para mí estos exámenes, así del tipo: “Asume tu responsabilidad siendo constante y valiente”, “Cada minuto es de oro”, y cosas por el estilo. En mi cuarto pondré además un calendario y las metas a corto plazo, para ir tachándolas a medida que las vaya cumpliendo, y tener planeado el tiempo, de modo que los últimos días sean de repaso. Además, ya tenía puesta la tabla periódica en la pared que veo al incorporarme cuando despierto, pero es que he conseguido otra y la he pegado al techo, justo encima de la  cama. Así que, nada más que abro los ojos, lo veo: H, Li, Na, K, Rb, Cs, Fr; Be, Mg, Ca, Sr, Ba, Ra; …  Lo dicho: zafarrancho total.
            Y luego, empezará el curso, y este lugar ya me quedará algo lejos para mi día a día, y tendré menos dinero disponible.



4



 1 de Septiembre

Salí del examen de Matemáticas y, no sé por qué, en lugar de irme a casa directamente, me senté en uno de los bancos que está a la salida del Instituto. Creo que, simplemente, quería descansar, hacer con mi cuerpo entero una especie de ¡buf! que demostrara a los demás que yo estaba ¡plof! Dejé la mochila en el suelo, entre mis pies, y al inclinar mi cabeza hacia atrás, comencé a escuchar una canción cantada con parsimonia. Me quedé quieto; ya había cerrado los ojos. No se entendía bien la letra; la melodía se entrecortaba, como si hubiera interferencias, o como cuando sintonizas mal una emisora de radio. El ritmo era claramente militar y todas las voces femeninas. ¡Eran chicas! Todo un coro de muchachas cantando algo. ¿El Cara al sol, tal vez? Este instituto, en su día, fue exclusivamente de chicas. No sé si todavía en esa época (con mujeres haciendo algo parecido a la Secundaria) se cantaba en los Centros públicos, o bien la enseñanza que recibían no era realmente un Bachillerato. En fin, habría que investigar…
     Sabía perfectamente que era una de mis extrañas audiciones. Ya sé distinguirlas de los sonidos recientes. El hall del Insti estaba lleno de gente (alumnos de todas las edades, principalmente), pero yo, con mis ojos cerrados, tenía ante mí un coro de niñas uniformadas entonando una medio-melodía sin letra clara: no me resultó desagradable, pero tampoco me gustó. La distorsión de la música, tal y como la escuchaba yo, parecía de ultratumba, y el ritmo era muy monótono, cantado sin pasión, de forma autómata. Un dulce y femenino coro de robots-fantasma.
De repente, me incorporé. El Rober y el Juanlu me ofrecían un trozo de pastelito y me preguntaban por el examen. Les contesté y me fui a casa.


Yo no soy feo. Tampoco voy derrochando belleza allí por donde paso, pero me gusto físicamente, me siento bien con mi cuerpo y mi cara, no me cambiaría nada. Sin embargo, de vez en cuando me quedo mirándome en el espejo y me veo horroroso. Y lo peor de todo es que sé que no es verdad, que esa sensación está más relacionada con mi baja autoestima que con mi apariencia física. Pero… ¿por qué estoy pensando esto?
Se me está cayendo el pelo. ¡De pequeño yo tenía un flequillo…! Sigo teniendo un buen pelo, pero acabo de observarme unas pequeñas, muy discretas entraditas… ¿Seré calvo de mayor?
¡Anda que empiezo septiembre bien! Estoy algo tristón porque esta mañana hice el examen de Matemáticas. No me ha ido mal, la verdad es que me ha salido mejor de lo que esperaba. Pero se me ha venido ahora por la tarde todo abajo: había estudiado mucho estos días; tenía un montón de nervios; el examen fue largo; luego comí y me eché una siesta, y me he levantado con la cara acolchada y esponjosa, sin ánimo ninguno, un poco depre. Me tengo que animar, porque quiero estudiar Física por la noche: pasado mañana tengo el examen, y ya sé que con don Higinio no va a ser fácil.
Precisamente esta noche llega Alberto al piso. Mañana tiene su examen de Filosofía, y pasado mañana, justo cuando yo acabe el mío de F&Q, empieza él el suyo de Historia y luego el de Lengua.
Su llegada significa que se acaba mi sosiego. Alberto es un chico inquieto, siempre ideando cosas para hacer juntos. Lo cual no está mal, pero es que yo soy tranquilote; me gusta la soledad, y me molesta que invadan mi intimidad. Pero tiene un buen fondo y, a pesar de tener un carácter opuesto al mío, lo cierto es que le echaba de menos.
Él me considera su amigo. Yo a él no, pero eso es porque mi concepto de AMISTAD tal vez sea muy exigente. En todo caso es mi compañero de piso y de clase, lo que no está nada mal en mi escala de valores. “Compañero” es una palabra preciosa: nos acompañamos en este tramo de la vida; compartimos, literalmente, el pan. Alberto es mi COMPAÑERO, y eso es algo grande. Aunque a veces nos resultemos molestos el uno al otro.
Alberto y yo compartimos casi todo, incluidas las actividades de ocio, excepto una: las botellonas. Desde que llegamos a la Ciudad, él no se pierde ni una; y yo no es que me niegue a ir, a alguna que otra fui, un par de ellas, pero no me gustan nada, no me motivan en absoluto. No me va ese rollo. Al menos, no como a él, que incluso fue a la Macrofiesta de la Primavera que organizan los universitarios. Desde luego… ¡qué engañaditos tiene a sus padres!
     No es que a mí no me guste salir, pero a una botellona… De hecho, el dinero que me da papá para esas cosas me lo gasto en material de dibujo y papelería, café y de vez en cuando tabaco. Hace poco me compré una pipa, pero aún no he aprendido a fumar en ella. Si yo le contara a la gente que mi padre me da un dinero especial para irme de juerga… Esto no lo sabe ni Alberto. Para los gastos del día a día mis padres me tienen asignado un dinero mensual (para pagar la comunidad, para hacer la compra, para gastos que pudieran surgir y para imprevistos); y, por cierto, no son muy generosos, pero eso forma parte del gran plan de papá (que aprenda a arreglármelas). Luego me dan mi paga oficial, para mis pequeños caprichos, no mucho. Sin embargo, y bajo cuerda, sin que lo sepa mamá, papá me da un buen dinero para mis salidas. ¡Es flipante! Bueno, realmente es machismo. Su lógica es que soy un chico, y tengo ciertas divertidas obligaciones que él desea fomentar. Por ejemplo, salir en grupo y no quedar delante de los demás en ridículo por no poder pagar las copas. Por ejemplo, salir con una chica y costear yo la movida. O, por ejemplo, apuntarme a viajes a la playa con gente, o ir a conciertos, o cosas de esas. ¡Si lo pienso bien, me entran ganas de…! Yo es que no sé qué se piensa. Ya podría ser más considerado para otros asuntos más triviales y necesarios.
     ¿Qué vivencias o traumas trae él de su adolescencia? No lo sé. Pero él está convencido de que estas cosas mamá, ni ninguna mujer, las puede entender. Sabe que es políticamente incorrecto y lo urde en secreto. Viene a mí, esa vez cada dos o tres meses en que vienen a darle una vuelta al piso y ver cómo estoy, me saca de casa, me invita a un refresco en un bar y, antes de salir, y habiendo apurado su copa de Canasta, saca un fajito de billetes del bolsillo y, sin alzar mucho la mano, los pone en la mía, rápido, como si estuviera haciendo algo ilegal, y me dice: “Toma, para tus cosas, ya sabes”. Y yo, ¡qué narices!, lo cojo, porque en parte sé que los voy a necesitar por lo ajustadito del presupuesto mensual, y en parte porque es imposible hablar con él, y decirle: “Papá, ¿y mis cosas cuáles son?”
     Según él, la juventud de hoy en día lo tenemos más difícil. Todo lo nuestro es muy raro y complejo para él; pero tiene la lucidez suficiente como para saber que ahora las normas son otras. Ante su desconcierto, me apoya económicamente, porque como no sabe cómo son las relaciones sociales entre los jóvenes de hoy… y él me quiere ver triunfando, como siempre en todo, así que ¡toma pasta pa’ ti!. Ahora, ni le hables de que te compre un iPod, un MP4 bueno, un móvil, una Play o cosas por el estilo. Eso ya son chorradas. Papi dixit.

 





 
5



 4 de Septiembre

 A veces me pregunto si no debería llevar un registro de la frecuencia con la que escucho estas cosas, pero eso me llevaría un tiempo excesivo. A mí me cogen por sorpresa, y me da la sensación, después de tantos años, de que esto sucede de forma más bien aleatoria. De hecho, puedo estar semanas o meses sin escuchar nada; o por el contrario puedo estar oyendo una conversación entre varias personas, toser, y acto seguido no volver a escuchar nada de esa conversación; y más de una vez me he llevado un buen susto. Sin ir más lejos, en Julio. Estaba en casa absolutamente solo. Mis padres y mis dos hermanas pequeñas habían ido a no sé dónde, y se me ocurrió cogerle algo de dinerito a mi madre (sé dónde tiene las reservas), y justo cuando iba a alcanzar una moneda de dos euros, escucho gritar: “¡Nooo! Pero, ¿qué haces?” Quité la mano del cajón y caí para atrás, ¡por favor!, ¡qué susto! Me quedé blanco. Y miré luego a todos lados, y no vi a nadie. Además, no era una voz conocida por mí... En definitiva, había sido una de mis “audiciones”. Y ya sé que fue casualidad, pero en fin, se me quitaron las ganas de incrementarme ese mes la paga.
   Lo rememoro, y me río. La verdad es que fue gracioso. Y, por cierto, son pocas las veces que escucho cosas desagradables. La mayoría de las veces me resultan indiferentes, no me dicen nada: conversaciones triviales, música (mucha música), programas de radio y cosas así. Algunas veces son audiciones curiosas (ahora las llamo “cronoaudiciones”, porque entiendo que provienen del pasado, que son de un tiempo anterior que aún siguen “colgadas” en el aire). Pero nunca me ayudan con mis exámenes o me dan la clave para resolver un crimen, ni nada de eso. Son, casi siempre, fragmentos sonoros, charlas ya comenzadas que se cortan de repente, o pensamientos en voz alta de alguien molesto, resentido o triste. Son, casi siempre, instantes.

¡Hemos aprobado! No me lo puedo creer. ¡Si pensaba que el examen de F&Q me había salido fatal! Don Higinio me ha puesto un 5 (¿por pena?) y en Mates he sacado un 8. ¡Vaya con el señor don Carlitos! Por supuesto, el tono de voz de papá no cambió en absoluto cuando se lo dije por teléfono, ni manifestó ningún signo de alegría, pero yo sé que se está sintiendo orgulloso de mí. Aunque, claro, lo de tener pendientes no tuvo que haber sucedido jamás, según él.
Fue lo primero que hice, llamar a papá, desde el mismo Instituto, sin que me viera ningún profe (¡si no, me quedo sin móvil!). Alberto aprobó por los pelos Lengua, Filosofía e Historia. Se ve que ha puesto los codos, aunque huelo a chuletilla, no sé por qué (tal vez porque me he encontrado con un par de ellas en la cocina, mal escondidas en la panera, y otra más en el cubo de la basura). Bien, sea como sea, borrón y cuenta nueva. Empezamos los dos 2º de Bachillerato limpitos, sin deudas pendientes con la sociedad.

¡¡AQUÍ ESTAMOS, ALBERTO Y CARLOS, QUE TIEMBLE ESTA CIUDAD!!

Cuando llegamos al piso, había una carta en el buzón. Era un sobre verde, con letra infantil y grande. ¡Una carta de Martita y de Clara! ¡Qué alegría me dio! Una carta de mis hermanitas. Dentro del sobre había un dibujo de Martita, que inmediatamente coloqué en la pared donde está mi escritorio, con un par de chinchetas decoradas (me encantan las chinchetas). También había una carta de Clara deseándome suerte y dándome ánimos para mis exámenes. ¡Vaya! La carta ha llegado algo tarde.
Está claro que mamá está detrás de todo esto. Seguro que ha sido ella la que les ha puesto a hacerlo, y así aprovechar para que escribiera Clara y dibujara Marta. Realmente, la carta no ha llegado tarde, porque me ha dado un montón de ánimos para empezar este curso nuevo, otra vez aquí solo (ahora mismo estoy llorando, sentado en la cama).
¡Qué graciosa mamá! Me pregunta Clara en su carta que cuando me eche novia, si es que no la tengo ya, se la presente (esto es cosa de mamá, está claro). ¿Novia? ¿Novia, yo? ¡Pobrecita hermana! Cuando lo leí me puse rojo. ¿No sabe ya mamá que yo para estas cosas…? Pero bueno, lo hace para pincharme.

¡Vaya día!


6



8 de Septiembre

Esa calle, concretamente esa calle, estaba completamente vacía a esa hora; sólo me veía a mí recorrerla. Es una calle sucia, de color gris, recta en su longitud e irregular en su anchura. Empieza en una pequeña plaza y desemboca en una avenida. Su oscuridad es irregular también, pero sus sombras y penumbras se hacían agradables a esas calurosas tres menos algo de la tarde.
Había salido a comprar pan y queso fundido en porciones, y tomate frito, con algunas monedas que habíamos conseguido reunir Alberto y yo. Tenía hambre, así que iba rápido.
“¡Oye, el bocadillo!”, escuché detrás de mí. Me volví, pero no había nadie. Seguí. “¡Vuelve aquí, sinvergüenza, y dame un beso!”, también voz de mujer, pero de otra. También me giré y tampoco había nadie. “Aquí no hay nadie”, me dije, “y tienes hambre. Sigue adelante, escuches lo que escuches”. Ese fue mi propósito, pero no lo pude cumplir. En mitad de la calle tuve que quedarme quieto. No puedo transcribir, es imposible, los gritos de desesperación que yo escuché a esa madre, y a otra gente más que venía con ella, y a otra persona en la otra acera, un hombre, que se sentía culpable y no acertaba a decir nada coherente. Ahí, justo donde me quedé quieto, alguna vez atropellaron a un niño pequeño que murió. Se llamaba Miguel. Era rubio. Ya no sé más.


            El hecho de que nuestro Instituto esté en pleno centro de la Ciudad hace que, de curso en curso, cambien muchas cosas, sobre todo los alumnos. Estamos en 2º de Bachillerato A (tanto Alberto como yo), el Bachillerato Tecnológico, y en la clase hay muchos del curso pasado, como Rober, Elena, Mario, … Sin embargo, otros ya no están (por ejemplo, Juanlu): algunos se han cambiado de centro, otros están repitiendo 1º, y otros han cambiado de modalidad. Y luego hay nuevas caras: unos pocos que se han pasado de un privado (del San Francisco de Pola), y otros más, la mayoría, que el año pasado se encontraban en 1º de Bachillerato B, y no en el A. Se puede decir, en definitiva, que somos una clase nueva. Como siempre, me siento junto a Alberto. Llegamos el año pasado juntos del pueblo, y los otros siempre nos ven juntos. No es raro que a mí me llamen Alberto y a Alberto, Carlos.
No repite con nosotros tampoco ningún profesor. Eso son buenas noticias: ¡no nos da don Higinio! No voy ahora a decir qué impresión me han causado; la verdad es que a mí, en general, los profesores me suelen caer bien, cada uno en su estilo, con excepción de don Higinio y Pilar: esos dos son “muy especiales”. Ahora, eso sí, la mayoría de mis profes este curso son jóvenes, lo que podría valorar como positivo (más cercanos a nosotros, más abiertos de mente, más dinámicos), pero en realidad lo valoro negativamente (por su falta de experiencia; y más en 2º).
Y algo curioso, y ya termino: ¡me han propuesto colaborar en la revista del Centro! Ha venido a buscarme en el primer recreo Marta, que este año está en 2º de Bachillerato B, y que venía con otra chica del C, y me han dicho que quieren hacer una revista de alumnos, que la profesora responsable es María José, una de Lengua que no conozco (sólo de vista), y que se habían enterado de que yo dibujaba y escribía, y que si no quería formar parte del grupo, que por lo menos podía colaborar como artista. Yo no les he dicho que sí, pero tampoco he sabido decir que no. Si me lo hubieran propuesto el año pasado, o el anterior, me habría encantado. Es una buena idea. Pero este curso… ¡en 2º de Bachillerato! Y lo he pasado mal este verano con la F&Q y las Mates. Y aunque en el fondo me apetecía un montón decir que sí, que contaran conmigo, lo he dejado en suspenso dando un montón de rodeos. Marta, por cierto, es una chica muy alegre y extrovertida, muy optimista, y en parte se lo ha tomado como una respuesta afirmativa. Las dos me buscaban con la mirada, a ver qué entendían de la mía, pero no se la han encontrado en ningún momento, porque cuando hablo con una chica de mi edad me retiro algo y nunca le miro a los ojos; soy muy cortado, realmente demasiado cortado… (y cuando lo pienso, cómo me comporto, hasta a mí me parece exagerado, pero luego no lo puedo evitar). Digo esto porque la otra se moría por tocarme el hombro, o darme un golpecito en el brazo, como gesto de ánimo (como si hiciera falta darme un empujoncito para que me decidiera), y yo me retiraba un pasito atrás cada vez que ella se aproximaba. ¡Yo qué sé cuánto retrocedimos mientras hablábamos! La pobre pensaba que podía tomarse esas confianzas, y yo no se las daba, y prometo que sin querer, sin pensarlo y de forma instintiva caminaba y caminaba hacia atrás, hasta que tropecé con un pipiolo de 1º de ESO que correteaba por allí y me caí, y el niño ese encima de mí (y el atontado del Alberto riéndose a moco tendido, para llamar aún más la atención, el muy…).
¡Qué vergüenza! Me puse rojo como un tomate. Marta y su amiga, entre risas, quisieron ayudarme a levantarme, pero lo hice yo solito antes de que llegasen a mí. Y sonó el timbre, y la conversación quedó sin terminar.
(Por cierto, y ahora que lo pienso: ¿cómo sabe Marta que dibujo y escribo? No lo entiendo. ¿Tendrá algo que ver Alberto?).


 

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21 de Septiembre

Aún no me he quitado de la cabeza los gritos de aquella mujer. Ahora, cuando hay que ir a comprar algo, o bien mando a Alberto a cambio de recoger yo la cocina, o bien voy yo dando un tremendo rodeo para evitar la callecita de marras. Estoy convencido de que si paso de nuevo por allí mil veces, ninguna de ellas me traerá otra vez esos sonidos, que seguirán allí, flotando residualmente, pero de forma tan débil y de tan difícil sintonización que es prácticamente imposible volverlos a escuchar. Esto es lo que impide que me pueda valer de mi capacidad a propósito para algún fin. Nunca hasta hoy he sido capaz de escuchar una misma cronoaudición más de una vez.
   De hecho, en muchas ocasiones tampoco aparecen secuencialmente, en su orden debido. Realmente, son la mayoría. Unas veces escucho sílabas sin sentido; otras veces, primero la respuesta y luego la pregunta, o conversaciones desordenadas que son imposibles de entender. También sonidos simultáneos, a la vez.
     De todos modos, también muchas veces se respeta el orden. Eso, creo, es porque las ondas sonoras siguen una secuencia, que se debe estar repitiendo una y otra vez, como si echaran una película y al acabar, volviera a comenzar. Eso es cierto, porque en ocasiones comienzo a oír diálogos ya empezados que acaban en un “Adiós” y luego siguen por lo que era claramente el principio. Generalmente es así, lo que pasa es que yo los describo por orden.
   Sé que ha habido veces en las que creía estar escuchando una conversación entre dos o más personas para, al final, darme cuenta de que esas personas que parecían hablar entre sí no coincidían en el tiempo, que eran de épocas distintas: se habían mezclado voces de tiempos diferentes. Yo he llegado a escuchar a padres que reñían a sus hijos, y a la vez estos hijos, ya adultos, reñían a los nietos, casi por los mismos motivos. Y, sobre todo, muchas promesas incumplidas.
     Es lógico que cuanto más atrás en el tiempo, más difícil sea captar una cronoaudición. Yo creo que el alcance no va más allá de 50, 60, 70 años como mucho. Dos generaciones, tal vez tres. Para mí es impresionante pero, claro, sé que jamás voy a oír el castellano medieval. Es difícil, pero sonidos de la Guerra Civil alguna vez que otra he llegado a alcanzar. Y como es verdad que cada vez el oído normal oye menos, que se deteriora con la edad, creo que cada vez será más difícil llegar tan atrás.
    Aún soy joven; hago bien en escribir mis experiencias. Tal vez algún día ya no pueda oír lo que ahora oigo.



Me he quedado alelado mirando la luna por la ventana. ¡Qué topicazo, lo sé! Aún no es de noche: la luna, enorme y redonda, está enmarcada sobre un fondo de tonos pastel, azul y rosa del atardecer. Se percibe cierto olor a húmedo, a pesar de todo este pegajoso calor. ¡Ja!, me imagino mi cara de atontado con la mirada fija en un punto (¡un enorme punto blanco!), sin cambiar el gesto, sin apenas parpadear.
            Podría dibujar de mil y una formas lo que veo (se me ocurre la acuarela); podría fotografiarla, pero ni siquiera así transmitiría a otro lo que realmente estoy viendo. De hecho, si volviera la cabeza hacia atrás y luego quisiera contemplar lo que ahora contemplo, ya no podría, se habría evadido, se me escaparía. A esto tan especial que está en la realidad de lo que en determinados momentos percibo, yo lo llamo ESENCIA. ¡Cómo me gustaría poder plasmar en una lámina la esencia de este momento! También me pasa con otros sentidos: los olores, la temperatura y, cómo no, los sonidos. Creo que algunos buenos pintores de arte abstracto intentaban plasmar algún tipo de esencia. A mí el arte abstracto no me gusta, de momento, nada de nada, pero me parece que van los tiros por ahí: esencias, y no formas. Mmm. ¡Qué extraños pensamientos!



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7 de Octubre

Hoy he salido a correr al descampado de junto al Puente Roto, como lo llaman mis compis del insti. Bueno, en realidad, ni se trata de un “descampado” (más bien es una especie de parque gigante algo abandonado) ni el puente que se encuentra allí está verdaderamente roto, puesto que puedes cruzarlo o quedarte allá arriba sin problemas; lo que pasa es que, al igual que el parque, lleva ya mucho tiempo abandonado. Su antigüedad, no obstante, para mi gusto tiene bastante de estético, aunque sea algo tétrico.
   Cuando voy a correr por allí es que tengo tiempo por delante, pues primero hay que llegar al descampado (corriendo, claro). Pero hoy necesitaba hacer deporte, para aliviar la presión por los primeros exámenes del curso.
   Una vez allí, si lo que quiero es hacer deporte, tomo un senderito de tierra, que en su mayor parte se constituye en un trayecto recto. En la mitad de su recorrido está el puentecito, y mientras pasaba por su lado oí un golpe seco, un ¡plof! instantáneo. Miré, no vi nada y seguí.
   Volví corriendo más tarde por el mismo camino, mucho más lento, con ganas de parar, pero obligándome a no interrumpir la marcha de carrera. Y al volver a pasar por el puente escuché un triste y breve “¡Noh!”, ahogado, y el mismo ¡plof! de antes. Miré, y tampoco vi nada. Fue una cronoaudición.
   Es raro. Primero, que por allí, en un sitio tan al aire libre, pueda escuchar nada de estas cosas. Y, segundo, porque, a pesar de ser una de las cronoaudiciones más breves que he escuchado nunca, ha dejado en mí una sensación de tristeza que me dura hasta ahora (esto fue al principio de la tarde y ya es muy de noche). Además, lo más raro de todo fue que se repitiera, y tan pronto, tan automático. Si hubiera vuelto a pasar, ¿lo habría vuelto a escuchar? En ese caso, ¿qué significaría? ¿Alguna vivencia intensa, tal vez?
    

Hace dos semanas hice algo de lo que espero no tener que arrepentirme: me apunté al equipo de rugby del instituto. ¡Ya me vale a mí! Ya sé que tengo que centrarme (¡y mucho!) en los estudios, este año es clave. Pero, la verdad, me gusta hacer deporte, y salir a correr es aburrido. Me apetece probar este deporte, quiero aprender, y tendré ocasión de aportar algo de mí al Centro, a este sitio que sé que dentro de unos años me traerá buenos recuerdos. ¡Por favor! ¡Y cómo sé que lo echaré de menos! Estos pasillos, estos olores, esta luz, este final de verano, este otoño que pronto comenzará. ¡Ja! Me imagino viniendo aquí, al edificio, a la caza y captura de alguna de mis “sintonizaciones”. ¡Qué curioso! ¡Tal vez podría escucharme a mí mismo!
            Lo del equipo de rugby también es curioso. Parece ser que varios profesores de Educación Física llevaban algunos años rumiando la posibilidad de fomentar este juego en Secundaria y montar una liguilla. El problema, según contaron en la reunión del segundo recreo de hace dos martes, son las instalaciones. Habrá que quedar por las tardes, dos veces a la semana, para aprender y entrenar, con todo lo que eso supone. Al final se ha convertido en una especie de actividad extraescolar: autorizaciones de los padres, que los profesores empleen su tiempo libre en esto, …En fin, un jaleo, por eso se han llevado no sé cuántos años hasta que lo han puesto en marcha. Además de nosotros (IES Miguel de Unamuno), participan cinco institutos más, el equipo juvenil de una asociación de vecinos y el de un pueblo de aquí cerca. ¡Ocho equipos, no está nada mal!
            Y aquí vine lo bueno. Antes de comentárselo al bigotón de mi padre, creía que me echaría la charlita: que tengo que fijarme objetivos concretos e ir a por ellos, que debo centrarme en lo que debo centrarme, que ya está bien de mis rollos, … Así que, como siempre en estos casos, se lo conté a mi madre. Que a su vez, claro, se lo contó al bigotudo, que a su vez me llamó a mí… ¡para felicitarme y animarme! ¡Claro! ¡Qué tonto yo! ¡Rugby! ¡Deporte de hombres, compañerismo, disciplina!
            ¡Toma punto pa’ mí! Es que eso, según los parámetros de papá, ayuda a forjar el carácter. Así que todos contentos.
            Aunque huelo a gato encerrado. Para empezar, amenaza con venir a verme jugar, y no sé qué pensar. A lo mejor me paso, ¡pero qué diablos!, todavía soy adolescente, puedo cogerle tirria a mis progenitores sin motivo real, ¡qué narices! El caso es que… ¿sería mi padre capaz de convertirse en el entrenador si se encabezona, y a pesar de vivir lejos de aquí? Entonces la historia se me volvería en mi contra. Es que estaba tan entusiasmado al teléfono, que me contó que aquel año que vivió en París (primera noticia que tengo de que me mi padre vivió un año en París) perteneció a un equipo de rugby y no sé qué del rugby-champán, de que jugaban mucho a la mano (¿…?), entrenaban muy cerca del río y el balón no podía caer al agua, y no sé qué. Pero, ¡en fin! Aunque eso sucediese, a pesar de eso, sigo encantado con esta idea, de representar al IES Miguel de Unamuno en un equipo deportivo.
            Somos dieciséis justitos, chicos de 4º de ESO y Bachillerato, así que Juanma, el profe de E.F., anda algo preocupado. Pero no le vamos a decepcionar.



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 10 de Octubre

Nos lleva al entrenamiento Fran, el hermano de Javi, uno de los del equipo. Vamos en su coche cinco jugadores, contando a Javi. Las instalaciones están muy lejos del centro. Los entrenamientos son de hora y media, lunes, miércoles y jueves. ¡Me está gustando mucho el rugby! Juego de delantero, generalmente de flanker, a veces de pilar. De momento, seguimos los dieciséis, y parece que se van a apuntar tres más (está por confirmar). Este fin de semana no, el siguiente, comienza la liga. Nos enfrentaremos al IES Doctor Piñero. Y ni siquiera tenemos equipaciones. Yo me he gastado todo el dinero que  me dio papá para mis salidas nocturnas en botas, calzonas, protector de dientes, una mochila y un chándal nuevo.
       Después del entrenamiento tenemos que volver a pie. Fran no nos puede recoger, porque después de dejarnos se va a trabajar (es guardia de seguridad). Los demás se van en autobús. Yo, como nunca tengo un pavo, debo regresar andando, y la hora y cuarto de camino no me la quita nadie.
       Para no aburrirme, me pongo mi MP3 y empiezo a correr en algunos tramos, así remato mi preparación física. Estoy cogiendo un cuerpazo que hasta yo me estoy asustando. Voy en carrera continua lenta, y paso por el descampado del Puente Roto. Hoy, claro, también.
       Vi de lejos el puente y me quité la música. Fue instintivo, aunque imagino que inconscientemente quería hacer una prueba. ¿Volvería a escuchar lo de la otra vez?
       Pues, increíblemente, sí: “¡Noh!” y luego “¡plof!”, un golpe seco, contundente. Lo escuché muy claramente. Y volvió a quedar en mí una tristeza y un dolor inexplicables.


A veces, las voces de Alberto me desconciertan y me impiden concentrarme, aunque cada vez me resultan más familiares y prácticamente me he acostumbrado ya.  Como tenemos un examen de Biología el lunes, estamos algo alterados. Ahora camino por el pasillo y me dirijo a su habitación. Está gritando:

-       ¡Venga, vamos, cacho lerdo! Que no se te olvide esto, cenutrión, métetelo en tu cabezota, en tu puñetera cabeza, bobo estúpido.

Eso significa que está memorizando. La forma de estudiar que tiene Alberto es realmente peculiar, porque se autoestimula mediante el insulto y el desprecio. Y se entiende que en un momento puntual a uno le puedan motivar estas cosas, pero es que con él es sistemático y automático. No falla nunca. Con Alberto no se pueden decir ni en broma frases como “¿A que no tienes lo que hay que tener para hacer tal o cual cosa?”, porque inmediatamente se pone a hacerla. Es muy, muy extraño, porque aún hoy, y con la edad que tiene, si le dices:”¡Venga ya! ¡Lo que pasa es que tienes miedo!”, o simplemente imitas a una gallina cacareando, él no se lo piensa y se pone a ello, aunque sea lo más absurdo del mundo. Yo, por respeto, evito esas palabras y esos gestos; pero en más de un lío se ha metido ya por no contenerse ante provocaciones tan pueriles como esa. ¡En fin! Cada uno es como es.

-       ¡¡Maldita sea, Albertito de los güichis!! ¿Es que no te vas a aprender esto nunca en la vida?

Acaba de salir enfadadísimo para el salón. Ni siquiera se ha dado cuenta de que estoy en el pasillo, y que ahora mismo voy detrás de él.

*

            Ya se ha calmado. Estamos en la cocina, tomándonos un café y comiendo a destajo, ante lo que se espera que sea una larga noche de estudio. Acabo de ofrecerle mi ayuda, y hemos decidido que vamos a estudiar juntos en el salón. Las leyes de Mendel; en fin, no me parece que sea un tema tan difícil.

-       Carlos, ¿qué fue lo que te dijeron Marta y Fátima el otro día, en el recreo… cuando te acabaste cayendo?
-       ¿Marta? ¡Ah, bueno! Me ofreció participar en una revista que quieren sacar en el Insti.
-       ¿Y qué vas a hacer?
-       Yo qué sé, Alberto… Me encantaría decir que sí, pero con el rugby, … y estamos en 2º de Bachillerato. ¡Fíjate! Octubre, y ya estamos echando noche.
-       ¡No me lo recuerdes! Pero bueno, tiempo hay para todo, ¿no?
-       ¡Pse!
-       Además, ¿cuántos dibujos tienes ya? ¿Y cuántos relatos? ¡Seguro que hasta has hecho algún cómic! Siempre podrías echar mano de tus carpetas, si te ves sin tiempo para hacer cosas nuevas… No seas tonto, y dile que sí, a ti te va todo ese rollo. No sé qué harás cuando te quedes sin Insti, raritillo.
-       Bueno, sí, le diré que sí. Me has convencido.

Último bocado, último sorbo y… ¡a estudiar!



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 17 de Octubre

Anteayer un profesor de Lengua que no conozco me paró por el pasillo. Sin darme cuenta, estaba tarareando una canción; me emocioné y empecé a cantar: “¡Mamunia, Mamunia, Mamunia, oh, oh, oh!” Bueno, acababa de salir de un examen de Química que me había salido horrorosamente mal. No sé por qué tarareaba eso. Pero era sí, con esa extraña palabra, Mamunia. Yo pensaba que me iba a reñir, pero en lugar de eso me preguntó si me gustaban los Wings, muy sorprendido. “¿Los qué?”, pregunté yo. Tuvimos una conversación sin sentido. Luego lo comprendí.
     ¿Cómo era posible que yo estuviera tarareando, cantando, una canción de los 70 u 80, y no conociera al grupo que lo tocaba? ¡El pobre profe creyó haberse encontrado con un joven que todavía los conocía! Pero yo no los conocía, ni los conozco. Estoy convencido de que tenía en la cabeza esa canción por una cronoaudición; la habré escuchado recientemente, aunque no lo recuerde. Si no, ¿cómo se explica?


Hoy ha pasado algo realmente increíble en el instituto. Alberto, en una especie de arrebato feliz, se ha puesto a flirtear con Julia en el segundo recreo, y han quedado para verse esta noche después de cenar, a eso de las nueve y media. En realidad, le ha invitado a acudir al cumpleaños de su hermano, o sea, a una botellona (¡puaj!). Pero teniendo en cuenta que hoy ha sido la primera vez que se dirigen la palabra, no está nada mal. Para el que no lo sepa, hay que decir que Julia no es cualquier chica. ¡Nooo...! Es de 4º de la ESO, o sea, que tiene dos años menos que Alberto. Es rubia, guapa, extrovertida, de mucho carácter, según se la ve moverse por los pasillos; muy alegre y, encima, saca sobresaliente en todo. Todo el mundo en el Instituto sabe quién es ella; de hecho, ya el año pasado llamaba bastante la atención por todo lo que acabo de mencionar. ¡Y no es ninguna pipiola! ¡Maneja el cotarro del Segundo Ciclo de la ESO que se las trae!
            A mí lo que siempre me ha extrañado de esa chica es que no tenga ningún novio o rollete en el Instituto. No me parece bien, en general, que uno tenga pareja tan pronto, la verdad; pero Julia, poderosa dentro y fuera del aula, líder total, parece cumplir un perfil de mandoneo que casi siempre va asociado a tener un noviete del que fardar en el mismo Insti. A ella nunca se la ha visto flirtear con los chicos: con lo alegre que es, ha debido de estar muy centrada en los estudios... ¡O pensar igual que yo a su edad, que todavía ese tema no le interesa demasiado! ¿Quién sabe?
            ¡Y ahora va el ganso de Alberto y consigue una cita con ella! La verdad es que le envidio. No porque yo quisiera quedar con Julia (a mí no me atraen este tipo de chicas, por muy guapas que sean), sino por la gran confianza que demuestra siempre. Hay que tener lo que hay que tener para atreverse a hablar con una chica así, tan tranquilo y tan seguro. Y Alberto es discretito, no destaca demasiado, aunque es cierto que tiene un gran sentido del humor. Está siempre bromeando y riendo. Es un buen tipo, me cae muy bien (a pesar de ser tan distintos). Pero... ¡con Julia!
            Y míralo, ahí tan tranquilo. Son ya las ocho y cuarto, casi, y está sentado en el sofá, con el libro de Inglés en las manos y mirando embobado la tele, con el pijama, que todavía no se ha quitado después de la siesta, y con el cola-cao de la merienda aún sin terminar. ¡Anda que yo iba a estar así en su situación!
            En fin, viernes tarde-noche. Dentro de nada voy a ser yo el que va a estar sentado ahí viendo la tele, solo y sin nada mejor que hacer. La verdad, Carlos, tío, ¡qué poco te sabes relacionar con la gente! Si no fuera por el Instituto, apenas tendría contacto con nadie, aquí, en la Ciudad.
            De todos modos, el curso no ha hecho más que empezar y ya estoy teniendo más relaciones sociales en estos dos últimos meses que en toda mi vida (bueno, esta frase es algo exagerada). Quiero decir, el año pasado, aquí, éramos todo el día Alberto y yo. Nos llevábamos bien con la gente y todo eso, pero después de clase nos íbamos a casa y ya está. A mitad de curso Alberto ya empezó a salir con gente; yo no, por mi carácter. ¡Hubo tantos cambios! Hombre, ahora con el rugby la cosa va mejorando. Aunque tampoco es un tema que me preocupe demasiado.

-       Adiós, Alberto; pásatelo bien.
-       ¡Adiós!

Al final, después de todo, los de la revista me han acogido tan bien, que poco a poco me voy involucrando en el proyecto. Conmigo se cuenta para las ilustraciones, y alguna colaboración poética o algo por el estilo, y nada más. Han sido muy comprensivos con mi situación, a pesar de que la mayor parte del equipo de redacción son compañeros de 2º de Bachillerato, igual que yo: Marta, Fati y Ángel; Yemo está repitiendo 1º y Cristóbal es el chiquitín, de 3º de ESO, pero muy vivo e inteligente. Sin embargo, parece que tampoco soy un mero colaborador, porque me invitan a sus reuniones. Creo que les he caído bien, y, sinceramente, ellos a mí también. Alberto tenía razón: ése es mi rollo. Porque aunque Ángel es un tipo tirando a nervioso, son todos muy sosegados, muy tranquilos a la hora de hacer las cosas (planifican mucho), pero al mismo tiempo se entusiasman con lo que quieren hacer. En eso me siento muy identificado con ellos.
Yemo también dibuja. Tiene un estilo muy diferente al mío, pero tengo que reconocer que me gusta su trabajo. Ya le he dejado ver algunas de mis creaciones, y a él también le gusta lo mío. Hablamos mucho de dibujo, sobre todo de cómics. Los demás escriben. No precisamente literatura, como yo; son más… “periodistas”. Les van los temas de actualidad, los debates, aunque Marta también escribe narraciones (pero siempre con un trasfondo social, parece ser; el tema del medio ambiente es uno de sus favoritos).
El jueves pasado nos invitó a su casa a merendar. Tiene una familia estupenda: un hermano chiquitín y unos padres muy amables. Después de planificar algunas cuestiones sobre la revista, votamos su nombre (también me dejaron votar  a mí). La revista se llamará El Centrifugado (yo no voté ese nombre, por cierto). El nombre viene a que es la revista del Centro que está en pleno centro de la ciudad, y se centra en él; pero también es una forma de fugarse de lo rutinario, y de limpiar algunos asuntos. Bueno, un poco extraño y difícil de explicar. Ahora hay que decírselo a María José, pero como lo más seguro es que le dé el visto bueno, ya me toca a mí hacer una presentación donde explique el porqué de ese nombre y qué se quiere hacer con la revista. Me ofrecí voluntario a hacerlo yo, porque los otros tenían que hacer tantas cosas, que me dio reparo no prestarme a ello. Como esto siga así, voy a tener que pedir formar parte del Consejo de Redacción. Total, si prácticamente es como si lo fuera…


 
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 18 de Octubre

Creía que estaba soñando pero, a las cuatro de la mañana, me desperté porque Alberto, sin querer, dio un portazo al entrar, y, aunque ya estaba despierto, aún seguía escuchando a niños, un montón, jugando en una plaza o parque o patio de colegio: al fútbol, a la comba, a las chapas (¿qué es eso?), al corre que te pillo, … en fin, cada uno en su grupo a un juego distinto. Estaba escuchándolo antes de desvelarme y, como estaba dormido, lo soñaba, soñaba con las imágenes de unos niños, jugando felices. Luego no pude volver a dormirme, pero me sentía a gusto, feliz. Me levanté a las seis, y las siete menos cuarto me volví a la cama. Cuando por fin volví a coger el sueño, justo a las siete y media, sonó el despertador de Alberto. Pero yo, pensando que era otra audición de las mías, hice un esfuerzo y dormí algo más, hasta las ocho y media, por lo menos.


Ayer tuvo que haber pasado algo realmente increíble en la botellona esa, porque el penco de Alberto... ¡se ha levantado a las siete y media! ¡Un sábado! Esto lo marco yo en rojo en el calendario de la cocina ahora mismo, vaya. Me muero de ganas por saber qué pasó. Volvió a las nueve de hacer footing, y lleva ya dos horas seguidas estudiándose un tema de Literatura. Pero ¡si no hay ningún examen de Lengua a la vista! Estoy deseando que salga para preguntárselo.

*

¡¡¡Alucino y flipo en colores con la Julia esa y el Alberto este!!! A ver si soy capaz de comprenderlo bien. Al parecer, la botellona de marras fue una pedazo de fiesta donde estaba hasta el Tato. Para empezar, Alberto estaba en su salsa, pasándoselo de maravilla. Así, con el puntito dado y en pleno fiestón, se pone algo melosillo con Julia. Y entonces ella, viendo claro por dónde iban los tiros, y con sus amigas de testigos, le propone a Alberto un trato. Si supera una serie de pruebas que ella le va a poner, entonces podría ser que empezaran a salir juntos. ¿Qué pruebas? Pues espérate ahí un momento. Se va la niña y al rato aparece con una carta muy bien preparada donde se detallan esas pruebas. Y entonces, aquí el amigo, con sus dos añitos más que ella, pero como si tuviera dos menos, en lugar de reírse del asunto y mandarla un poco a paseo, le dice, tras leer la carta, que adelante, que lo quiere intentar. Y la otra, que apenas conoce a Alberto (que vale, que es muy buena gente y tal, … ¡pero ella no lo sabe!), responde delante de las que estaban allí con ella que, en el caso hipotético de que él superase las pruebas preliminares, tendrían una cita romántica, y entonces le plantearía otras pruebas, y así hasta que se hicieran novios formales, aunque dudaba mucho, mucho-mucho-mucho de que él lo fuera a conseguir. “¿Por qué?”, le preguntó. Y ella le insinuó que porque no tenía pinta de ser un tío lo suficientemente tío como para conseguirlo hasta el final. ¡Ostras! ¡Ahí le dio! Dile tú eso a Alberto. Aunque tengo que decir, por lo que le llevo escuchado esta preciosa mañana de sábado, que le motiva más el hecho de llegar a salir con ella que el de sentirse herido en su orgullo; que le gusta mucho, mucho-mucho-mucho, y que el tema este de las pruebas le motiva también, le da un no sé qué de salsilla al asunto. ¿Salsilla? ¡La madre que…!
Pues el pacto se selló en ese momento. Él firmó en no sé dónde y ella en la misma carta. Y ninguno de los dos se han andado con chiquitas: ya mismo, hoy, comienzan las pruebas preliminares para que Alberto tenga alguna remota posibilidad de acercamiento amistoso a Julia. Según la carta de marras, que me ha dado a leer mi compañero, cada uno de los interesados (o sea, Julia y Alberto) debe elegir a un testigo y árbitro, una especie de padrino, como si de un duelo se tratase. La bella y superflua Julita ha elegido, de entre su enorme elenco de amigos y allegados, a su prima Reyes, tres años mayor que ella y que estudia 2º de Bachillerato y que asimismo está en nuestra clase (¡muy lista la niña!). Alberto, claro, tiene un grupo de amigos íntimos más restringido que se reduce a mí, el desocupado Carlos que, como este año no tiene absolutamente nada que hacer y está aburrido, ejercerá de padrino de Alberto. Los jueces, al final de todo el proceso, serán la misma Julia y su hermana mayor de 22 años… ¡mira tú qué bien! Eso si hay proceso, claro, porque antes aquí mi “amigo” el dormilón, guasón, vaguete y algo tripón tiene que pasar las pruebas de preselección. ¡Pero qué locura es esta! Y digo yo, a estas alturas, con la revista, el rugby, todas las asignaturas, las tareas de la casa y las idas de pelota de mi “amigo” y compañero, de mis padres y de mí mismo, ¿no será que me van a dar la del pulpo en Selectividad?


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Es otoño: las hojas caen rojas, amarillas y marrones, y hace viento frío, frío que no impresiona pero que cala si estás mucho tiempo expuesto a él. Es otoño, en fin, y decirlo ya no es una perogrullada con toda esta historia del calentamiento global: los veranos se prolongan, las estaciones se diluyen, y por eso, ¿quién sabe si no volveré a ver un otoño de los de toda la vida? Por este motivo, he salido a correr, para bañarme de otoño entero. Llevo ya casi una hora, todo un récord para mí. La verdad es que se me ha ido la noción del tiempo, por efecto de la música de mi MP3, que me ha absorbido. Alberto dice eso, que voy como absorbido (absorto, querrá decir) estos días.


Anoche, cuando estaba a punto de cerrar los ojos, llegaron a mis oídos unos pasos claros y firmes subiendo lentamente por las escaleras. Me sobresalté: Alberto estaba ya en su cuarto, desde hacía algunas horas. No quise moverme, tal vez por miedo, creo que sí, que por miedo, y entonces sonó la puerta de mi cuarto abriéndose, y una voz adulta y masculina que decía: “¡Anda! ¡Anda! ¡Al agua! ¡Agua, agua! ¡Espuma!”, en un tono que parecía imitar a algún personaje de dibujos animados. Y una voz muy infantil, repetía: “A-gua, a-gua”.
     Luego, unos sonidos que no logro descifrar, aunque pudieran ser los que provocan el hecho de quitarle la ropa y el pañal a un bebé (yo me lo imaginé así). Y acto seguido, una risa continua, de auténtico disfrute, inocente y libre, sobre mi misma cama, la cama donde yo estaba acurrucado y sin moverme en absoluto, la risa de ese bebé al que hacían cosquillas. Y al fin, se fueron, repitiendo las mismas palabras que al principio. Yo los oí marcharse. Creo que a la bañera.
Ésta ha sido la vez que más nítidamente, y durante más tiempo, he percibido estos ecos del pasado.




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20 de Octubre

¡Increíble! De nuevo, junto al Puente Roto, mientras corría: “¡plof!”. Me paré. No escuché nada más. A lo lejos se veía a Alberto venir, más andando que corriendo, con la lengua fuera, como se suele decir.


De lo mejor que tiene este Centro de Enseñanza es el bar, porque a pesar de que es un edificio muy antiguo y de que la LOGSE obligó a achicar espacios, conserva aún una cafetería muy amplia, y no es difícil poderse sentar en una de las mesas, aunque sea la hora del recreo (el primero o el segundo, da igual). Así que, aquí estoy: once y pico de la mañana, un café con leche en taza, un dónut blanco, los apuntes de Historia a mi lado y la carta de las pruebas preliminares de Julia al otro, sin saber a cuál de los dos mirar primero. Desde luego, el papel de Julia es más llamativo: papel rosa claro con purpurina derramada aquí y allá, y letra grande y redonda en tinta lila. La estoy leyendo ahora atentamente, mientras dejo que el aroma cálido del café se entrometa en mis narices, y lo cierto es que la chiquilla esta, la súper-chuli-Julia-de la muerte, ya me cae definitivamente mal. Por más que intenté convencer ayer a Alberto de que pase de ella, el muy tonto quiere ser un candidato a acceder a la singular compañía de la popularísima (y, por lo que leo, extravagante en su tiempo libre) Julia la rubísima de 4º.
No pienso esto porque sí. Aquí esta niña propone, como requisitos sine qua non para que ella se plantee la remota posibilidad de una cita con mi “amigo”, que el dicho “amigo” mío haga lo siguiente:

1º- Renuncie a hacer un examen de cada asignatura.
2º- Permanezca 24 horas seguidas absolutamente callado, y eso un lunes o un miércoles.
3º- Supere al resto de sus compañeros en una prueba puntuable en Educación Física, la que sea que suceda el 17 de Noviembre.
4º- Un cambio radical en su forma de vestir, más moderna.
5º- La lectura completa de Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, con un examen programado incluido, que tendrá lugar en la Biblioteca Pública del barrio donde vive Julia con fecha que ya se avisará, pero que será allá por finales del mes de Noviembre también.

Pues sí que es exigente la criaturita. Aunque Alberto, a partir de hoy el Tonto Colado, está más que dispuesto a intentarlo. Y yo le voy a ayudar, porque es mi compañero y porque, ¡qué contra!, esto le va a dar mucha vidilla al curso.