martes, 20 de marzo de 2012

RELIGIÓN Y ESCUELA INCLUSIVA (II)


LA ESCUELA PÚBLICA,  ¿TOLERANTE O INCLUSIVA? LA PERSPECTIVA DE LAS MINORÍAS RELIGIOSAS
LA TRIVIALIZACIÓN DE UN TEMA PROFUNDO: ¿EDUCACIÓN EN VALORES?
Sin miedos ya, por favor.
No sé por qué hay miedo a hablar de estos temas hoy en día, días que se suponen de mayor libertad y afianzamiento democrático. Mencionar “escuela” junto con “religión” lleva como la pólvora a personas encendidas por una opción u otra que al final no entran a considerar al alumno como persona, integrante de la sociedad, de una familia, algunas veces con sus creencias (las que sean) muy arraigadas y otras veces sin saber cuáles son las suyas realmente o si necesita buscarlas. Generalmente hay alguien, siempre más de uno, que reclama no entrar en estas valoraciones para no herir susceptibilidades, para no entrar en polémica; mejor no hablar. Y lo peor: este espíritu ya se encuentra, si no lo ha estado siempre, en la propia Administración. Todos estamos optando por no hablar del tema, exactamente igual como, hoy por hoy, sigue estando complicadillo el tema de la Guerra Civil. Son temas que creemos que rápidamente nos van a polarizar en unos contra otros, y por lo tanto mejor es correr el tupido velo. Pero si hay tema, hay tema, y mirar a otro lado no suele resolver problemas. Lo siento: atender a todos, contentar a todos, es difícil si no imposible (¡que nos lo digan a los profesores!), pero eso no significa que no tengamos que trabajar en estas  cuestiones.
Para mí, de todos modos, es lógica esa amarga polarización y su consecuente griterío; lo era, y mucho, en los años 80; se entiende menos ahora, hasta que te das cuenta de que en el fondo el siglo XXI en España no es tan moderno a nivel de pensamiento, de razonamiento, de cuestionamientos. El tema de la asignatura de Religión en la Escuela Pública no es el que estoy abordando ahora, aunque me gustaría ver a aquellos que tan vehementes son por su mantenimiento en contra de los que quieren una Escuela Laica si en algún Centro público de España los alumnos de la asignatura Religión Islámica o Religión Evangélica o Religión Judía tuvieran un amplio número de alumnos en ESO y Bachillerato, qué harían los padres que así opinen. Ya hemos visto reacciones de barriadas enteras cuando se enteran de que van a poner una mezquita allí. No hay más que escuchar las protestas de muchos viandantes de la c/ Castilla en Sevilla cuando los evangélicos de la iglesia que hay allí terminan su reunión de los domingos y se ponen a charlar en la puerta, frente a la cual alguien ha tenido la genial idea de colocar una marquesina de Tussam, provocando un tapón humano. Ya, ya estamos molestando. Ahora, que nadie diga nada si no puede llegar a su casa porque una hermandad está ensayando para una lejana Semana Santa. No creo que esos mismos viandantes protesten cuando se acumula gente a rabiar junto a la puerta de la cercana Iglesia de la O (que de todos modos tiene diáfana su salida cerca del callejón de la Inquisición). Bueno, pero ese no es mi tema. Aunque ahí creo que está la clave, en estas últimas consideraciones.
La Iglesia Católica de este país lleva muchos siglos invadiéndolo todo. No se restringe a la esfera de las creencias personales, sus cultos intra y extra templo y sus tradiciones de manifestación popular en las calles. Ha estado siempre en todo, por encima de todo en demasiados y prolongados momentos históricos. Y quiere seguir estándolo, o tal vez la Iglesia Católica no pero sí corrientes dentro de su feligresía. Aún estamos acostumbrados a su presencia en Instituciones, y la enseñanza, por muy pública que sea, es una de ellas. ¡Está hasta en la Jefatura del Estado (el Rey por fuerza ha de ser católico)!

La Administración trivializa.

            A este respecto, la Administración, como buena administración que es, lo que ha hecho ha sido mirar cómo se tiran de los pelos unos a otros, sin entrar en firme en el tema. En principio, opta por trivializar el tema.
            Cuando hice mis prácticas de Funcionario Docente en Mérida un inspector nos habló de varios Centros donde los padres se habían enzarzado en discusiones muy fuertes a cuento de que hubiera o desaparecieran de las aulas crucifijos que colgaban de las paredes. Para él, era un tema molesto, que generaba amargas situaciones. Y nos decía a nosotros, docentes: “¿Pero qué más da? ¿Es esto un tema importante en Educación? Lo importante son los valores, bla, bla. Nosotros no entramos ahí”. ¡Ah!, ¿los símbolos no son importantes? Entonces, daría igual si yo colocase una bandera soviética en mi aula, o nazi, o con la cara del Che, o la gay multicolor, o con el símbolo de la Watchtower, ¿no? ¿Qué más da? No vamos a pelearnos por eso. Y también daría igual que yo quitase los crucifijos del aula. Supuestamente, la Inspección Educativa Extremeña no entraría ahí. ¡Ay!, pues eso no me lo creo.
            Claro, da igual, pero los crucifijos siguen ahí.  En una clase de Religión, se entiende. En la hora de Lengua o Matemáticas, en una escuela pública, no. Una cruz en un aula de una escuela pública no es un adorno. Está ahí por algo, para significar algo, es un símbolo, con significado además de forma, que preside la sala. Si no fuera así, no existiría polémica, y el católico de verdad pediría él mismo que se quitasen (lo han despojado de significado e importancia; no creo que eso le guste a un creyente católico romano sincero). Esto no es motivo de indiferencia, sin duda que no. Una cruz en un aula está por algo. Esta respuesta administrativa me deja pasmado, siempre me sorprenderá. La polémica no queda resuelta ni siquiera a través de la Constitución, que declara el Estado aconfesional, pero no laico, y ese “aconfesional” ha dado pie a interpretaciones de todo tipo, incluso peregrinas. Pero, no nos engañemos, una cruz puesta por el mismo Centro en un aula, no es un tema nimio, y la Administración es la responsable de decidir si se queda o si se quita y justificar por qué sí o por qué no, y la justificación debe ser jurídica y políticamente correcta; no puede echar balones fuera y dejarlo en manos del Equipo Directivo o el Consejo Escolar de turno.
            La polémica, parece ser, suele molestar a la Administración, especialmente si trasciende a la prensa. Así que comprendo su querer “no meneallo”. Pero me parece inadmisible. Por evitar polémicas o trascendencia pública se han tomado actitudes que han podido favorecer situaciones terribles de parte de la Dirección de un Centro o de la propia Inspección o Delegación, como dejar con sensación de desamparo a alumnos y familias en caso de acoso escolar, ser indiferente o pasivo ante vejaciones a profesores, etc. Esto, menos mal, no en todos los Centros, y cada vez se ve menos, y en estos casos, creo, la obligación de la Administración es poner orden y sensatez, no mirar a otro lado y tratar que se sepa lo menos posible. Pues con el tema que trato pienso exactamente igual.
            Lo mismo que digo de los crucifijos digo de otras situaciones. El colegio donde yo hice EGB, en un pueblo importante de Cáceres, Navalmoral de la Mata (no una aldea), que recibió mucho forastero de muchos lugares de España para trabajar en la Central Nuclear de Almaraz (mi familia incluida), es decir, gente con estudios y de varia procedencia, pues bien, en ese Colegio se mantuvo la fotografía del General Franco presidiendo pasillos, aulas y despachos, por lo menos, que yo recuerde, hasta 1986 (yo cursaba 6º), y fue porque entró un nuevo director. No sé o no recuerdo por qué hubo un cambio de director, si porque ya tocaba, por motivos personales o porque a lo mejor la relación causa-efecto es al revés, y el antiguo director dimitió por estos detallitos, no lo sé. En el fondo me da igual. Lo que no comprendo es por qué la Inspección esperó hasta 1986, al menos, para forzar la retirada de la imagen del dictador, si es que realmente los inspectores la forzaron. Lo prescriptivo, según Ley, era la foto institucional del Rey, o de los Reyes; no recuerdo si tal vez colocaron juntas las dos fotos, Monarca junto a Tirano. Me imagino que la Inspección argumentaría igual entonces que ahora: da igual, qué más da, lo importante es que no haya polémica. A fin de cuentas, imágenes de Franco no se han retirado en según qué lugares hasta hace poco; a fin de cuentas, aún se conservan calles con nombres de Generales y afines al antiguo régimen, incluidos los sanguinarios; a fin de cuentas, Ejército y Guardia Civil siguen rindiendo pleitesía institucional a la Iglesia Católica en multitud de actos, con multitud de símbolos, ahora, eso sí, tolerando entre sus filas a los acatólicos y tolerando su libertad de conciencia. Permitiendo, aceptando, concediendo: faltaría más, estamos en democracia (nótese la ironía).
Pues no. Por más que ahora nos toleren, no podemos estar conformes. La sociedad no debería estar conforme, aunque la componga una mayoría católica. No tiene sentido; es herencia de un pasado que deberíamos querer desterrar de la vida diaria, no de la memoria o los libros de texto, no silenciarla, por supuesto, pero sí rechazar el efecto en la actualidad.
Tradiciones. Manifestaciones culturales. Cuando se ponen en marcha, ¿por qué no habrían de estar presentes las instituciones? Claro que sí. Hay una procesión de Semana Santa. ¿Voy a estar en contra de la presencia del alcalde, de la Guardia Civil, del Rey, …? ¡Claro que no! Y no sólo no me opongo a que estén a nivel personal, sino como representantes de lo que representan. Está muy bien. Pero si es, pongamos por caso, el alcalde como representante del Ayuntamiento, que vaya de invitado, a ver y honrar el acto, nada más. Para que luego honre al Sevilla o al Betis si ganan algo y no dé a entender que el Ayuntamiento es bético o sevillista; para que cuando honre un Premio Literario, una ONG, un congreso de protestantes españoles o la inauguración de una sinagoga lo pueda hacer de la misma manera: como Alcalde. Poco a poco estas cosas van cambiando, pero poco a poco. Intelectualmente cae por su propio peso, pero ahí está el agarradero, de un lado, de la trivialización, pero de otro, cuando interesa, de la etiqueta “manifestación cultural”.

Educación en valores

La Escuela debe educar en valores. ¡Bien! ¿Qué valores? Muy en boga están algunos, a veces, y por desgracia, también trivializados o entendidos como políticamente correctos, sin darnos cuenta del todo de su profundidad e importancia: igualdad entre hombres y mujeres, rechazo de la homofobia,  educación para la paz y la no violencia, educación en valores democráticos, … Pero a veces se nos olvidan otros. La necesidad espiritual del ser humano se ha olvidado. ¿Tal vez porque la Escuela no deba entrar ahí? En Psicología de la Personalidad está volviendo. El hombre se sigue haciendo las mismas preguntas trascendentes de siempre. Y si no se las hace, entonces malo. Porque estaría anestesiado.
No sólo hablaríamos de la espiritualidad del ser humano propiamente dicha (sus ansias de eternidad, por ejemplo, como diría Unamuno; su conciencia moral; el más allá de la muerte; si existe Dios; etc.). En este mismo sentido van los comentarios negativos acerca de la juventud de hoy día, que tiene de todo pero no es capaz de valorar lo realmente importante. No hay por qué ceñirse a lo estrictamente “espiritual”. Se echan de menos los debates en el aula. ¡Pero es que es muy difícil tenerlos! En mi época de estudiante era más fácil, y la mayoría de las veces surgían solos, por iniciativa de los alumnos, o incentivados por el profesor: temas políticos, de actualidad en España o el mundo (yo recuerdo en 1º de BUP que hablábamos de la 1ª Guerra del Golfo), temas morales (eutanasia, aborto, machismo, …, y no sólo en clase de Ética), ¡también temas religiosos!, … Si, por lo que fuera, un profesor se pasaba un poquito de rosca hacia un lado, eso no mermaba nuestra sensación de pluralidad y libertad de pensamiento: tan fácil, como que luego venía otro y se pasaba de rosca hacia el otro lado. Ahora no es tan sencillo. Los alumnos no le dan al coco (preocupa la justificación del maltrato de género por parte de las adolescentes y jóvenes universitarias de hoy, según encuestas recientes; parece un contrasentido, cabría esperar lo contrario, la sensación de dar pasos atrás es terrible). La tele tampoco ayuda; la lucha contra la simplificación general de temas debería ser una prioridad de la Escuela; es penosa la capacidad de argumentación de los alumnos de Bachillerato (hablo en general). Cabría hablar, en cierto modo, de desalfabetización. Esta perspectiva, de ser cierta, es peligrosa. A mí me da miedo.
El sistema, o la malinterpretación del sistema educativo, tampoco ayuda. Hemos de ser autocríticos. Los profesores. La administración y los políticos también. No va a ser todo culpa de los alumnos. No va a ser todo culpa de los profesores.
Lo que se calla, y lo que se consiente, también comunica. Los mensajes se transmiten también por omisión, como los pecados. Los actos escolares amparados en la tradición lo hacen, y educan en valores (el valor de la tradición). Aunque se tolere a los no participantes. Eso es permitir autoexcluirse. Eso, entonces, es una aberración en los términos en que la Escuela española quiere definirse a sí misma.


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