La lectura de obras literarias es placer. Un placer estético y hasta extrasensorial en su mayor grado, un placer de pasatiempo en el menor de ellos, pero un placer. En cierto modo, como las demás artes, como la pintura, como la música; un placer intelectual también, como podría pasar y pasa con las matemáticas. Esteban Torres, en la carrera, defendía el canon de los considerados clásicos argumentando que, por mucho que uno lea, aunque solo se dedicase a eso, leería un porcentaje muy bajo de libros, el canon era pertinente como buen mapa de elecciones. Así que, la recomendación general de que leas lo que te apetezca y que si una obra, por más renombrada que sea o más de moda que esté, te aburre, no te llena o no te engancha, pues déjala y ve a por otra, tiene mucho sentido y, como norma general, yo también me la aplico y la difundo si se me pregunta, tampoco estoy tratando de romanizar a los celtíberos o de divulgar el evangelio en tierras ignotas y paganas como si fuera un misionero.
Ahora bien... Suelo enredarme, y en esto me gustaría ser claro y conciso, se me agolpan muchas cosas en la cabeza; por ejemplo, que eso de que podemos escoger no es tan así, que el gusto es de uno pero no llega solo ni es del todo de uno. Y es que muchas veces es bueno que te obliguen, no estoy en contra en absoluto de la obligatoriedad de la lectura y de determinadas lecturas obligatorias en los centros escolares y en casa porque, además, la sociedad también te empuja, te obliga sin que te des cuenta, hay publicidad aplastante, corrientes y modas, no me digáis. Voy a tratar de ser claro y conciso, me morderé la lengua en lo que pueda. ¿No es verdad que hay determinadas comidas que te encantan y que te obligaron a probar en su momento? (por no hablar de la cerveza, amarga y aversiva la primera vez). Aquí podría suceder lo mismo. En un primer escalón, la obligatoriedad de lecturas podría verse como un descubrimiento: tal vez ni siquiera sabías que existía ese libro. Como docente, quiero verlo así, más como una forma de hacer descubrir, de señalar rutas, de compartir tesoros. Y es cierto: no es agradable que te obliguen a nada, cuando sucede el primer impulso en muchos es, precisamente, de lo contrario, de eso hablaba al principio. Pero tampoco nos es ajena la experiencia de agradecer a posteriori que nos hayan obligado a algo: mucha gente sale a caminar porque tiene que sacar al perro y, oye, eso está bien. Por concluir esta idea, el fomento de la lectura y descubrimiento de joyas literarias, en lo que hace a la obligatoriedad de leerse determinados libros, creo que debería ir por ahí. Y luego está lo del placer estético e intelectual. Quien más sabe más disfruta, eso está claro. Mi éxtasis ante un cuadro de Velázquez es ridículo en comparación con un verdadero experto o amante de la pintura, ese disfruta mucho más porque ve mucho más, sabe qué está viendo, puede ver mucho más que yo, porque no solo tiene más conocimiento, sino además porque su entusiasmo es más experto, obtiene más ganancia estética. Esto ahora lo digo para recalcar la importancia del estudio de la Literatura en la escuela. Pues al final sí que me he enrollado algo, ha sido enorme esta introducción.
Si El cuarto de atrás no se hubiera puesto de lectura obligatoria en 2º de Bachillerato, allá por el curso 2021-2022 si no recuerdo mal, en Andalucía, yo nunca me lo habría leído. Era profesor de ese nivel ese curso y yo también sentí la obligación de leérmelo. Observado, no como lector, sino como profesor de Secundaria, mis apreciaciones no fueron positivas de inicio, lo tengo que decir. Uno, en ese momento, piensa en los motivos prácticos que han llevado a esa elección. Puedo estar equivocado, pero lo que pensé es que fue escogido por su relativa poca extensión y porque el resto de lecturas obligatorias no pasaban de la Guerra Civil. Normal, por otro lado, había que meter algo de los temas a partir de 1939. También otro motivo en el que piensas es que había que meter a una mujer en la nómina. Pensar desde el punto de vista de lo políticamente correcto es malévolo, te va a llevar a pensar que Cernuda y Lorca están por homosexuales, Martín Gaite por mujer y el otro fue un solterón de los buenos, una porquería de pensamiento que yo no tuve pero que intuyes en las mentes de algunos, dejemos eso. Dejemos también el tema de que quitar la literatura hispanoamericana no ha sido para nada buena idea, meter algo bien sabroso escrito con posterioridad a 1939 habría sido así mucho más fácil: Cortázar, García Márquez, Borges, ... ¡Hay tantos!
Es que hasta esa fecha están los grandes: quitaron a mi Unamuno, su San Manuel Bueno, mártir, y a Valle-Inclán con sus Luces de Bohemia. Se quedó hasta ahora Pío Baroja (El árbol de la ciencia), la poesía de Cernuda y La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca. Recordemos que en ese periodo también están Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, las generaciones del 98 y el 27 con el Novecentismo en medio, las Vanguardias, ... Es que se te cae el alma como docente. Sabes que, para la mayoría de tus alumnos, es la última oportunidad para que se aproximen a la buena literatura del siglo XX y todo se te queda corto. Y a medida que te vas acercando al presente, más difícil es dilucidar qué obras son las mejores y más "clásicas", en el buen sentido de la palabra. Lo que había antes de El cuarto de atrás era Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez: ¿alguien lo ve ahora en los temas para estudiarse? Pero a mí me parecía buena elección. Cuatro relatos (derrotas), de lectura relativamente fácil y de bastante impacto y calidad. "Lo único malo", pensaba, "es que devuelve a los chicos de nuevo a la Guerra Civil, parece que nunca podemos pasar de ahí". Pero era un buen libro para ellos, y aliviaba la gravedad del resto. Así que sí, lo pensé: "De todas las grandes obras del siglo XX, ¿la obligatoria es El cuarto de atrás? ¡Qué decepción!"
Lo he reconocido hace poco: de la Historia de nuestra Literatura, la de después de la guerra es mi gran cuenta pendiente, lo confieso. No me llama la atención. Así que El cuarto de atrás estará en el peldaño que sea del ránking de grandes obras, pero para mí un poco es como la primera. C. S. Lewis decía que daba igual por qué libro empezases, tú lee en el orden que sea, unos libros te van a llevar a otros. Y así fue y es para mí con El cuarto de atrás: me descubre al fin, no solo a Martín Gaite, con deseo de leer más obras suyas, sino que abre la veda para buscar y leer libros de este periodo, de los años alrededor de mi propio nacimiento. Como en el Buscaminas. Ya por ahí le voy concediendo el primer mérito. Yo no sé por qué, pero leerme esta obra me está llevando a querer leer a Laforet.
Mi primera lectura de El cuarto de atrás me pareció a mí, que entiendo perfectamente lo que va narrando por la generación a la que pertenezco y soy capaz de visualizarlo, pues me pareció agradable y llevadera. Me gustó: subrayé muchas frases de tipo lapidario en la edición de Cátedra que manejo, algunas por su significado en sí y otras porque me tocaban en lo personal. No es de extrañar que me gustase, a mí las novelas introspectivas, recogidas, de sugerencias trascendentes desde lo cotidiano y de descubrimiento de personajes me gustan bastante más que las de acción, las de presentación, nudo y desenlace en las que van pasando cosas intrigantes o trepidantes. Ese es mi perfil de lector de novelas, normal que me gustase.
He llegado algo tarde a mi segunda lectura. Quería obligarme porque volvía a ser profe de 2º de Bachillerato, y mira cuándo me la he terminado... Pero eso da igual, además de que ya me la había leído, así que... También lo estaba haciendo con El árbol de la ciencia, que si no me lo he leído ya ocho veces me lo he leído diez, y ahí sigo. Bueno, pues volviendo a Martín Gaite, ahora me ha gustado más esta novela. Me alegro de haberme obligado. Cuando he podido coger carrerilla al fin me la he bebido y me ha dejado un buen sabor de boca. Y no he puesto más comentarios en Instagram por no ser pesado, la verdad, me hubiera gustado comentar cada frase subrayada.
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