miércoles, 28 de mayo de 2025

HISTORIA DE UN DERROTERO

Traslado aquí un texto propio que me ha salido al paso o, usando uno de mis verbos favoritos de últimamente, "ha emergido", estaba escrito en hojas arrancadas de un cuaderno, dobladas y metidas en otro, completamente en blanco, vacío, y que he tomado para usarlo ahora, muchos años después de su adquisición. No es ficticio, aunque si quisiera podría serlo, bastaría con cambiar nombres reales, porque su lenguaje es bastante literario (y, como siempre, me sorprende, llevándome la impresión de que antes escribía mejor que ahora, o mejor dicho, que antes era otra persona y los escritos de ese otro son leídos por mí desde la otredad). Si lo transcribo aquí es por dignificarlo, por darle cierta entidad. Y tal vez lo haga, tal vez lo transforme en ficticio porque, la verdad, no me resultaría demasiado difícil hacerlo. No es una narración: son pensamientos e impresiones. No tiene nudo, ni planteamiento ni desenlace alguno; su estructura es, como se ve, un tanto inductiva. Lo que fue al escribirse: terapia. Lo que es al publicarse: depuración, liberación, recuerdo conservado, sello. Es un texto de 2018.


                                                  HISTORIA DE UN DERROTERO


Una antigua mancha de café embellecía el libro, un defecto fruto de un accidente que lo hacía único: no era ya un ejemplar más, quedó marcada para siempre la página 13 y esta señal asegura qué hacía su dueño cuando pasaba por ella. No impedía su lectura en ese principio de la obra y quedaba bien; se deslizó una vez caída en ella y manchó también un poco los filos de las páginas siguientes cobrando otra dimensión y siendo dos elegantes manchas marrones en una: la de la página 13, la del canto opuesto al lomo del libro.

     Esa mancha fue como la de una lágrima para Alfonso, siempre recordará el momento en que sucedió, en ese momento él lloraba, lloraba inevitable y desconsoladamente, como todos aquellos días ácimos, de una profunda tristeza sin atisbo alguno de rencor, ni de indignación, ni de otra cosa que la pura pena. Ese café amargo derramó su lágrima y ahí quedó, en la página 13, puro testimonio de la pura pena, único signo allí capaz de ser descifrado por Alfonso y nadie más. Allí quedaron unos sentimientos difíciles de explicar entonces y ahora, y asoman sus hijas, su Irene de 11, su Clara de 5 años, ignorantes también ese día de lo que se les venía encima; estaba allí Natalia asomando del mismo modo, una sucesión de preciosas Natalias de 13, 14, 15 años atrás hasta ese día; se traslucía asimismo su ser, el anterior a Natalia y el de esos 13, 14, 15 años: el que fue y el que pudo haber sido; y también aparecía en su forma estrellada una mirada al cielo, al mismo tiempo recogida y protegida.

      La mancha de la página 13 se asemejaba a una neurona. El axón se prolongaba y se suicidaba por el filo de la hoja, queriéndose lanzar al vacío como el que salta por un acantilado, con clara intención de establecer conexión fuera de allí, con el exterior, para pedir auxilio, pero en lugar de ello terminó de manchar el libro de Alberto Méndez por fuera, revelando a todos algo que pudo haber quedado en secreto. Por su parte, las dendritas hacían sinapsis con las palabras futuro, entremorir, más allá, batalla, implorante y alterado, algo de lo que Alfonso se percata ahora, tras tanto tiempo, ahora que quiere releer la derrota primera, y no entonces, entonces era imposible, sus ojos tenían lágrimas y su boca un café muy prolongado, metáfora de su exilio de aquel momento. Ahora desembocaba de nuevo en aquel derrotero y percibió el detalle.

      "¡Es increíble la gente!", pensó, sonriéndose con lástima. Recordó en aquel momento, al instante, la reacción de algunas personas, especialmente las más ajenas y algunas más familiares. Fue, por aquel entonces, revelar la situación desesperada y angustiante ("Natalia me ha dejado, nos divorciamos") e inmediatamente, por afecto o simple simpatía con Alfonso, poner verde a Natalia, como si él no lo contase con todo el dolor de una pérdida, como si ya no la amase o la hubiese amado hasta entonces, como si no la hubiese aceptado como pareja hacía quince años y no se hubiesen dado el uno al otro, compartiendo ilusiones aún candentes, proyectos preciosos que aún continuaban por inercia. Se ponían automáticamente en contra de ella como manera de ponerse a favor de él; un par de ellos hasta la calificaron de fea, ¡es sorprendente! Y eso que él decía que, a pesar de su lejanía actual y de tantas cosas, aun con todo buscaba la reconciliación. Pero daba igual, delante de él venían demasiado rápido con el consuelo de que él era muy válido y había otras mujeres en el mundo, que había que sentir compasión de él y de sus hijas pero en ningún caso de ella (aunque él en ese momento consideraba que ella estaba como enferma, alterada, era otra), que había que lanzarla al foso de los leones (aunque él incluía en su relato sus propios fallos y la parte de razón que le atribuía a ella, aun sin justificar su reacción), que ya se veía venir; alguna profecía autocumplida no dicha pero perfectamente entendida; no merecedora de oraciones (tal vez siendo en ese momento la más necesitada de ellas), y hasta casi podrían haberla llamado fatua, en todo caso se la llegó a considerar no-creyente en lugar de creyente equivocada, menos mal que eso último se cortó pronto.

      "Pero también yo mismo", siguió en su pensamiento. Se volvió a arrepentir de su falta de confianza de entonces. Sobre todo, porque muchas de sus palabras podría habérselas ahorrado, por innecesarias o por difamatorias. El torrente sentimental sin control que salió de su boca... También pudo haberse ahorrado mucho pensamiento incesante. Al fin y al cabo, la gente es la gente: opina desde fuera y parece tener buena intención. Pero, ¿y él, que decía que la amaba en todo momento, y aún hoy lo afirma? ¡Qué prueba más dura! Tuvo de bueno un enorme aprendizaje, un empujón hacia la madurez. Pero... ¡demasiadas lágrimas!, la mitad de ellas inútiles e impropias, más fruto de la autoinducción y el melodramatismo interior que de una verdadera pena por su pérdida.

      Pérdida... Así se sentía al derramar café en la página 13, viudo. ¡Y la gente...! Si hubiese sido viudo de verdad, la reacción de los demás, el consuelo que le habrían querido proporcionar, habría sido bien distinto. Nadie manda al infierno a un difunto, ni le llama feo. No delante del deudo.



lunes, 5 de mayo de 2025

COMPRENSIÓN PROGRESIVA DE LA SUBORDINADA ADJETIVA (O DE RELATIVO), A GRANDES RASGOS

Este artículo lo escribo pensando en mis alumnos de 2º de Bachillerato. A veces, justo antes de quedar dormido, me sobrevienen estos arrebatos de urgencia. Lee despacio y razonando.




1. La típica Subordinada Adjetiva o de Relativo. No explico apenas nada, porque ya sabes lo que tienes que saber de una oración como esta: El invitado que quiera puede tomar un obsequio. Poco hay que decir: la oración subordinada adjetiva que quiera es el Complemento del Nombre de invitado, núcleo del Sintagma Nominal. Ese que es un pronombre relativo que, dentro de la subordinada, funciona de sujeto de quiera, pues significa 'invitado', 'ese invitado'. Partimos de esta frase sencilla para poder hacer los siguientes razonamientos.


2. Igual se analizaría Aquel que quiera puede tomar un obsequio. La única diferencia es que ahora el N del SN es el pronombre demostrativo aquel. Tenlo en mente, porque va a entrar en juego en el siguiente nivel, la adjetiva sustantivada.


3. Oración Subordinada Adjetiva Sustantivada. Si volvemos a la primera oración, El invitado que quiera puede tomar un obsequio, podríamos omitir el sustantivo invitado y nos quedaría El que quiera puede tomar un obsequio


Nuestra lengua hace mucho esto: El hombre alto > El alto; El personaje malo de la película > El malo de la película; La chica rubia > La rubia. En estos casos, se dice que el adjetivo que era Complemento del Nombre se ha sustantivado, y pasa a ser el N del SN. Por ejemplo, si digo La rubia, ahí rubia es el N/Adj. Sustant., porque rubia asume el significado del sustantivo chica (rubia ahí significa 'chica rubia') y, por tanto, su función. El y la siguen siendo determinantes/artículos. Y entonces aparece la magia. Con sustantivos, como son masculinos y femeninos, solo pueden aparecer artículos masculinos y femeninos. Pero con adjetivos sustantivados también puede aparecer el neutro: El bueno, La buena, Lo bueno

No solo sucede con adjetivos. También con sintagmas adjetivales: El muy tonto; con Sintagmas Preposicionales: El de ahí. Y con Oraciones Subordinadas Adjetivas, como en nuestro El que quiera puede tomar un obsequio. Igual que con los adjetivos, ahora no hay por qué pensar que no suceda lo mismo con muy tonto, de ahí o que quiera: eran los Complementos del Nombre del SN, y al desaparecer el N/Sust, pues pasarían a ser ellos N/SAdj Sustantivado, N/SPrep Sustantivado o N/O. Sub. Adj. Sustantivada. Este es el análisis que siempre propongo y explico, desde la sintaxis "tradicional". Lo único que no olvides que ese que es un pronombre relativo y, en nuestro ejemplo, sigue siendo sujeto de quiera, conozcamos o no el sustantivo al que se refiere (que aquí sí lo sabemos: invitado).

4. Una alternativa a este análisis es reponer el sustantivo omitido. Se analiza igual que en el caso 1, la oración subordinada adjetiva se sigue considerando CN y el N del SN es el sustantivo omitido que nosotros reponemos: El (invitado) que quiera puede tomar un obsequio. El problema es que esto solo lo puedo hacer si el artículo es el o la; con el artículo neutro lo es imposible. Por eso no me gusta, pero es una opción.

5. Aunque la Nueva Gramática se lo arroga, no sé si como una novedad, lo cierto es que la tercera alternativa de análisis es bastante antigua, y cuando yo estudiaba, al menos en los manuales que manejaba, era una propuesta que se había desacreditado y desmontado. Se trataría, en frases como El que quiera puede tomar un obsequio o El de ahí, en considerar que el artículo es el Núcleo. Claro, si lo considero Núcleo de SN, lo tengo que transformar por arte de magia en pronombre, y no lo son, son artículos. Es que, al fin y al cabo, es lo que sucede en Aquel que quiera puede tomar un obsequio (el N es aquel, y es un pronombre), o Ese de ahí (el N es ese, y es un pronombre). Tiene sentido, ya que todos los determinantes pueden ser pronombres... excepto el artículo, cuyo paralelo pronominal son los pronombres personales, pero, claro, el no es él, la no es ella, ni lo es ello. El argumento se va a por el más débil, el artículo neutro lo, porque como nunca aparece, porque no puede, con un sustantivo, sino con elementos sustantivados, y es clavadito al pronombre personal átono lo, de me, te, se, lo, la, le, ... Yo creo que a sus partidarios se les hace raro que todo un sintagma (muy tonto, de ahí) o incluso oración (que quiera) se ponga a funcionar de N de SN y ven más parsimonioso que lo siga siendo una sola palabra. Y, al menos para el artículo neutro lo, en casos como Lo que deseas se hará realidad (=Aquello que deseas se hará realidad), analizan ese lo como N de SN, pronombre, y que deseas sigue siendo CN/O Sub Adj. Así que, lo dejo dicho, esa es tu tercera opción de análisis: considerar N de SN el artículo, llamándolo ahora (por la cara) pronombre, y el CN sigue siendo la O. Sub. Adj. o de Relativo. Si el punto 4 no me parecía bien, en este 5 ya me vienen las arcadas, pero esto es una opinión personal y en la PAU se permite, que además es muy New Grammatical.

6. Si me has seguido, ahora fíjate: Quien quiera puede tomar un obsequio. Aquí hemos dado el último paso. En oraciones así, no pierdas de vista que, en esta oración quien, sigue siendo un relativo, en este caso un pronombre relativo y, por tanto, sigue siendo sujeto de quiera. Solamente que ya no existe sustantivo de referencia, ni siquiera omitido. Estaríamos ante un caso de Oración Subordinada Adjetiva o de Relativo sin antecedente, como en el refrán Quien bien te quiere te hará llorar. Otro ejemplo: Cuanto desees se te cumplirá.


Y ya hemos ido nivel a nivel. Espero que estos ejemplos y sus explicaciones complementen bien a mis apuntes, al libro de texto, y te ayuden a asimilar y comprender. 

jueves, 1 de mayo de 2025

"EPIGRAMAS ERÓTICOS GRIEGOS" Y "MANERAS DE DEMORAR LA NOCHE" DE DINOS JRISTIANÓPULOS

 



EMPIEZA LA COSA CALIENTE, HIRVIENDO. Como anuncié, no sé si prometí, hace dos entradas (Con derecho al descontexto), voy a dar cumplimiento a mi propósito de "reseñar" (comentar a mi manera) obras con conexión con Amae pop blue. Fundamentalmente las que están de base de mi novela, y que aparecen en una Bibliografía que redacté con mucho placer, al final del Volumen III, o más bien siguió contando un narrador al que solté libre y llegó hasta allí, quién sabe si por no querer morirse, como un personaje unamuniano. Que al fin y al cabo la mayoría de esta lista de libros estaba más que leída e interiorizada antes de escribir yo, pero no todo: La novela de Genji, su primera parte, la simultaneaba con la redacción de Amae pop blue, al igual que los Epigramas eróticos griegos de la Antología Palatina, su Libro V, que es uno de los protagonistas de hoy.

      Podría haber empezado por otros de muy distinto cariz y, para ser honesto y justo, el Cantar de los cantares de Salomón y Poesía clásica japonesa [Kokinwakashu] en la edición de Tarquil Duthie (Trotta; Madrid, 2005) deberían haber sido los primeros: por la cantidad de veces que me los he leído, por su antigüedad lectora en mí, por su impresionante delicadeza poética, su belleza, por su arraigo en mis gustos poéticos, mi vínculo tan estrecho con ellos, tanto de mi yo del pasado como del de ahora. Porque, para seguir siendo honesto, los epigramas están también bastante vinculados a mi obra, pero en muchos casos eso fue un descubrimiento posterior o simultáneo, no eran estrictamente necesarios, simplemente que sí, estuvieron ahí. Me refiero explícitamente; no nos damos cuenta, como se señala en la introducción de Epigramas eróticos griegos. Antología Palatina (Libros V y XII) de Alianza Editorial (Madrid, 2001), pero los epigramas eróticos griegos están más de lo que uno se piensa en la literatura occidental, incluyendo nuestros clásicos.

        En fin, podría haber empezado por esos, o por otros, pero no: será que mi inconsciente quiere ser provocativo o que, como el protagonista de mi novela, voy descubriendo que lo sería para unos, para determinado círculo al que pertenecí, o tal vez no tanto, pero no para el gran resto de occidentales de este siglo. Yo no sé por qué en realidad, pero empiezo por ellos: el primero, como dije, en la base bibliográfica de Amae pop blue, Epigramas...; el segundo, Maneras de demorar la noche, de Dinos Jristianópulos, su poesía completa traducida por Manuel González Rincón y editada por Relatos Imaginales (Prokomun Libros; Madrid, 2023), como revelación posterior, serendipia total, y que por fuerza debe estar aquí, y no solo por ser poesía griega ambas (eso es lo de menos, en realidad, y dos griegos demasiado diferentes, además). Así que esto empieza bien caliente.

       Caliente, caliente, pero asimismo profundo. No hay banalidad, aunque muchos momentos sí son festivos. Eros es un gran protagonista, el eros, quiero decir, el placer erótico, el sexo: en ambas obras, se canta y se celebra el placer carnal. Lo que en sí mismo es suficiente para eso de "asimismo profundo". Nos cuesta no verlo como superficial, intrascendente, tabú, zafio, una tentación del diablo, banal, ¿a que sí?, la simple fornicación, la lujuria, la lascivia. Pero no lo es.

      Aunque no siempre es poesía erótico-festiva, desde luego que no. Este erotismo también aparece por estos libros, sobre todo el segundo, muy relacionado con un vacío, con una necesidad, con el mismo amor, con aceptación (o su carencia) de un rasgo de humanidad general o de una identidad personal, con luchas internas, con contrariedades y frustraciones, con esos golpes de pelea por tener o dar caricias, esa lucha, con un vacío (existencial) o un llenado (de plenitud, aunque momentánea). 

      Y con los dioses. Los dioses de un panteón griego, a los que encomendarse en lances eróticos y hacer peticiones de cumplimiento de un deseo, o incluso exigirlo, reclamarlo, o de otros asuntos más turbios relacionados con celos, engaños y decepciones porque, sí, es mi opinión: la violencia y la ira son mucho más turbias que la lujuria, que para mí ahora es más clara, no diré que cristalina. Y con el mismo Dios también se relaciona, en este caso cristiano ortodoxo, ante quien sentirse agradecido por la vida y culpable hasta el masoquismo por la lascivia, ardiente en el corazón o cumplida en el cuerpo. Kyrie, eleison.

       Y la ironía. A veces amarga, otras divertida.

       Por eso, esto empieza calentito.

        Por eso, esto está relacionado con Amae pop blue, o sea, conmigo, que soy su autor.


                                                                         *

LOS EPIGRAMAS ERÓTICOS GRIEGOS DEL LIBRO V DE LA ANTOLOGÍA PALATINA




       Puede ser que, inconscientemente, quisiera demostrar de algún modo que el erotismo explícito despojado de amor, excepto del amor por el erotismo en sí mismo y el tener el objeto de deseo y su disfrute, era tan literario, tan poético, tan artístico como cualquier otro tema. Si eso ha sido así, ha sido entonces otra de mis ingenuidades de bulto, al menos en esta época, porque eso ya no hay que demostrarlo en este siglo. Yo había adquirido los Epigramas eróticos griegos. Antología Palatina. (Libros V y XII) hacía mucho tiempo, creo que de la época en la que empecé las Metamorfosis de Ovidio y me enfrascaba con Esquilo. Y así, con todo su título, aparece en la Bibliografía de Amae pop blue. Pero, la verdad, solamente el libro V es pertinente. Es la heterosexualidad la que protagoniza mi libro.

      Por supuesto que en absoluto voy yo a analizarlos, ni los epigramas ni el conjunto, ni este libro ni los siguientes. No soy nadie para hacerlo. Solamente dejaré impresiones. 

       Es cierto que alguno se escapa en relación a efebos, que algunos son sarcásticos y de escarnio, que algunos suspiran de amor. De estos últimos, los que más, dentro de esa minoría. Pero, a decir verdad, los más abundantes, y para mí más llamativos, son los del anhelo y goce por la hetaira (hetera). Estas no son lo que llamaríamos prostitutas, al igual que tampoco lo son las geishas japonesas. Este paralelismo entre ambas a mí me hizo entusiasmarme, no solo porque la Novela de Genji es clave en muchos sentidos en mi novela, y porque, especialmente, en el Volumen II se mencionan las geishas de pasada y lo oriental rezuma por todos lados en gran parte de ese volumen, a cada sorbo de té, sino porque igualmente, también en ese Volumen II, se hace notar en un diálogo que se había "romantizado" demasiado lo oriental aquí en Occidente, olvidándonos de nuestro misticismo occidental, de los filósofos griegos, aunque me encantó jugar con ese Oriente deformado por nuestros ojos. Así que, estos epigramas de derretido candente ante sublimes hetairas con las que pasar toda una noche bajo la luz de las antorchas o las lámparas, por las que el poeta entregaría lo que les pidiera (siempre una en concreto, con su nombre, a la que se dirige el epigrama encendido) cobran mucha más relevancia en mi obra, y conectan con ella más de lo que yo pensaba. Era así en Grecia: una era la esposa, con quien tener descendencia legítima, en una posición decente, digna y al mismo tiempo rebajada como mujer; y para el tiempo de placeres, amores y suspiros e invocaciones a Eros y, sobre todo, a Cipris (Afrodita), la hetaira, para el ciudadano de posibles. Los placeres eran muchos. Los sexuales, por supuesto, prolongados y exquisitos. Pero también el baile, la adulación, la sugerencia, la inteligencia, la contemplación de sus encantos y la charla. Charlas elevadas, la cultura de la hetaira era elevada, estudiaban, se formaban para ello: tenían que estar al día, y lo estaban, de literatura, entre otros saberes, para sostener con los hombres conversaciones de esos temas y dejarlos boquiabiertos, el disfrute de hablar de lo que no se hacía con el resto de las mujeres, sensibilidad y sensualidad profesionalizadas. Pareciera que hablo de una geisha, pero hablo de una hetaira.


       Aprovecho para dejar aquí tres poemas propios inspirados por la lectura de los epigramas (que  no pretenden serlo, al menos no el primero). Si, especialmente los dos últimos, parecen soeces y zafios, porque lo son, no pido perdón porque se trataba de eso, ahí me he ido a los epigramas más ácidos y sarcásticos. Son políticamente incorrectos y no me representan en lo personal. La poesía se entiende menos ficticia que la narrativa y por eso lo aclaro. Espero no haber ofendido a tu inteligencia.


                 1.

Es un discurso bifurcado en dos impulsos,

no sé si por suerte o por desgracia disociados

en mí

de siempre:

uno es, tal vez, amadrinado por Hera, tal vez,

y por Eros un poco -

el amor idealizado, sublimado,

absolutamente entregado por mi parte

a la persona, a ella,

y el otro lo impulsa Cipris y lo patrocina,

parece ir por su cuenta,

Afrodita empujándome a esos placeres

desaforados de los epigramas griegos

del Libro Quinto de la Antología Palatina.

Conseguir que se unan

me pareció siempre imposible:

imaginar el placer ansioso

con esa amada del Cantar

lo ensuciaba todo, ¿cómo hacer eso?

y amar plenamente al amor platónico,

de modo que esa plenitud incluyera

todo ese goce sexual, 

no me es dado a ofrecer, ella no se sentirá jamás

deseada de ese modo.

No sé si esto es una paradoja,

pero me parece que, un poco, es un problema.


                 2. 

Mujer,

si vas a ponerme gorda alguna cosa,

por favor, te ruego encarecidamente

que no sea la cabeza.


                     3.

Ese calvo gordo al que, como mujer, desprecias

podría ser tu próximo cliente, putita linda.

Tú mantente en forma y siempre guapa,

que hay mucha competencia y él elige.


                                                                  *


                               MANERAS DE DEMORAR LA NOCHE

                      Solo el sexo sabe sacar partido de las ruinas (p. 208)


       El 26 de abril de 2024 estaba yo muy contento. Libros Indie me había comunicado ya la confirmación de la publicación de Amae pop blue (Volumen I). Y además, esta vez sí, pude acudir a un evento. No voy a explicar aquí ese esta vez sí, muchas cosas de lo más normales del mundo a mí me han sido vetadas durante mucho tiempo, mi aislamiento y mi inacción y mi tristeza y mi parálisis no han sido solamente voluntarios. Se anunciaba, y así me lo hizo saber David Calzado, que en La Casa del Libro en Sevilla se presentaba Maneras de demorar la noche, de Dinos Jristianópulos. Precisamente, David era el maestro de ceremonias, que daba paso a Manuel González Rincón, traductor, aparte de haber colaborado con él en la edición del libro. Fui el primero en llegar y salí de allí maravillado. Con una experiencia de estas que te hacen pensar: "No puede ser casualidad, no puede ser".




      Yo iba a la presentación de un libro, sabía que era poesía, nada más, mi ignorancia vuelve a ser combatida ahora que me veo mejor, pero entonces era pura maleza de jardín abandonado. Y resultó ser la traducción al español de la poesía completa de uno de los grandes poetas de la Grecia contemporánea, Dinos Jristianópulos, del que, por supuesto, no sabía nada, ni lo había oído nombrar. ¿Quién se puede imaginar lo que yo disfruté allí? Las explicaciones históricas de la Grecia de hoy en día que nos trasladaba Manuel González, para poder contextualizar estos poemas, la lectura de textos, el debate,... Pero no fue solo eso. No sé si se alcanza a ver lo que quiero transmitir: este libro es poesía, literatura, de calidad, de un renombrado autor de todo un país. Dinos Jristianópulos fue un cristiano ortodoxo convencidísimo, buen conocedor de la Biblia, jamás renunció a su fe, la llevaba consigo. También era homosexual y masoquista. Y su poesía es directa, rehúye del adorno, habla de sus vivencias personales, habla mucho de sus encuentros sexuales, de lo que le atraen las botas militares, del transitar de hombres que venden sus cuerpos, de descampados; de no poder ser amado, también (yo lo siento, pero en la dureza directa de sus palabras he creído entrever asimismo anhelo y resignación al menos en los últimos textos). Su homosexualidad es llamada por él mismo tara. En absoluto es hipócrita. Su infancia fue dura; su actitud vital, huidiza de reconocimiento social, de la pompa, del postureo (diríamos hoy); él es creyente, no justifica "bíblicamente" o "religiosamente" su homosexualidad. 

Si no tuviéramos fe, viviríamos sin culpa;

si dudáramos de nuestra fe, renunciaríamos al mundo

para entregarnos a meditaciones y preces. 

                                                    (Del poema Gentes de Laodicea, p. 88)

Habla del goce sexual y sus anhelos, mucho, sí, pero considera esos encuentros asimismo una penitencia: él es el pasivo; el que se arrodilla ante el muchacho varonil, le lame sus botas militares que le excitan, el que es pisoteado: su penitencia, su purga. También el marginado por ello, el desplazado de la norma social y lo sufre (su poema El momento aciago, p. 123, me parece muy significativo al respecto, el chismorreo odioso..., ¡cómo lo odio!). 

           Cómo estuve quieto en esa silla, ni yo lo sé. Tenía no solo el entusiasmo de que mi Amae pop blue se publicara, sino también de que era un manifiesto de cambio en mí, de un largo proceso, y residuos de reparos por usar determinado lenguaje, por tratar determinados temas, que a un lector de hoy puede que incluso le diera risa, pero para mí han sido grandes barreras, todo un proceso: no tanto escribirlas como el decidirme a darlas a conocer. El que me conoce sabe de qué hablo; el que no me conoce, pues nada, yo tengo la esperanza de que estos últimos sean la mayoría de mis lectores. De hecho, observé su poema Abandonar la poesía (pp. 145, 146) en cierto modo vinculada a Amae pop blue y a mí, tanto que esperaba poder traerla a la presentación de mi novela, que me imaginaba entonces que sería de otra manera. No puedo asegurarlo, porque necesitaría de una segunda lectura pasado el tiempo, pero de momento, de toda la obra de Jristianópulos, El estrábico (1949-1970) es el que más me ha llegado, sobre todo en lo referente a estas vinculaciones conmigo mismo. También El cuerpo y la carcoma (1960-2006), con la mayoría de poemas de no más de cuatro o cinco versos, y Plaza muerta (1977-1999), la mayoría en prosa, me han parecido de lo mejor de Jristianópulos. El libro entero, que es su obra entera, la verdad. 

      Claro, yo allí, en esa presentación de hace más de un año, además de entusiasmo, sentí alivio, un alivio inmenso, dejé de sentirme solo y raro. Puede ser que gracias a esta presentación de Maneras de demorar la noche se cayera una última cadena a la hora de ir luego a publicitar y hablar de mi propia novela. Ya he dicho que no hago reseñas eruditas, más bien muy personales y subjetivas.

      Sexo otra vez, ¡y cómo no! A ver si se empieza a entender su importancia, a ver si se disfruta de verdad y se dignifica. Traigo la cita de Anaïs Nin que se menciona en la nota 67 de la Introducción (p. 40): "El erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía".

      Por supuesto que no es todo sexo aquí, ni que decir tiene, con contraste con Cavafis y con influencia de la Antología Palatina (¡ahí ya alucinaba, cuando se mencionó la Antología Palatina!, aunque el libro XII esta vez, claro). Hay una visión de su país y de sus conciudadanos, de políticos y gente de las calles, de su historia y su cultura, y más asuntos, en esta poesía tan directa, descarnada; literatura, citas bíblicas, especialmente evangélicas. Una visión sincera, ácida, bastante transparente, habitualmente dura. La soledad es otro elemento aquí. Me insistió mucho Manuel González en que me leyese su Introducción antes de meterme de lleno con la poesía. Lógica su insistencia, desde su punto de vista, imagino: su buen trabajo de traducción se ha tenido que dar este filólogo clásico, y la Introducción me sitúa, me hace entender lo que paso a leer, lo sé, lo agradezco, me estaba dando una joya difícil de publicar y presumiblemente con pocos lectores, qué lástima. Una contextualización que desgranó en esa misma presentación, de todas formas. Una Introducción muy enriquecedora. Pero yo pensaba sonriendo: "Este hombre no me conoce, claro. ¿Cuándo he empezado a leer nada saltándome introducción, preámbulo, estudio previo, aparato preliminar, agradecimientos o lo que sea que venga antes?" Soy incapaz de hacer eso, incluso a veces ni siquiera puedo hacerlo en mis segundas y terceras lecturas de una misma obra. ¿Te puedes creer que me leo ahora El árbol de la ciencia en la edición de Cátedra, por ser profesor de 2º de Bachillerato este curso, yo qué sé si por séptima u octava vez, y otra vez me he leído el estudio de Pío Caro Baroja para no sentirme culpable?