- ¿De modo que no conoces a nadie?
- Sí, conozco a una euménide.
- ¿Cómo?
- Es un nombre del que yo me valgo para designar a las usureras.
(CARMEN DE BURGOS: La hora del amor; en la edición de Aliar, p. 61)
Las Erinias, las hijas de la Noche, son unas Furias más antiguas que los dioses del Olimpo. Invocadas por el espíritu de Clitemnestra, perseguirán a Orestes por su matricidio, según una ley divina, ancestral, una moralidad que contradice la voluntad de Apolo al enviar al hijo a dar muerte a su madre para vengar la de su padre, asesinado a su vez por venganza, ... Toda una cadena de causa-efecto trágica y siempre contradictoria al fin, interminable, infinita. ¿Se cortará alguna vez? Esas dicotomías de las que hemos venido hablando, elecciones entre dos opciones, ninguna de las cuales es del todo acertada, ambas son terribles, ambas contradicen alguna ley, divina o ética. Orestes cometió matricidio: ¿no será castigado por ello? Pero lo hizo obedeciendo al mandato de Apolo, ¿cómo contradecir a un dios? Y ahora las Erinias van a acosarlo hasta eliminarlo, un tormento que tal vez nosotros podríamos identificar con la culpa. Y vienen de una profundidad ancestral.
Esta tercera y última tragedia de La Orestía, de Esquilo, es divina, humana y solemne de principio a fin, y ofrecerá una solución tras un juicio que tendrá que contentar a todas, o casi todas, las partes en conflicto. Ya comienza con la pitia en el oráculo de Delfos, muy de Apolo esto, un Orestes clamando al mismo Febo para que lo proteja y una Clitemnestra ya espíritu acudiendo a las Erinias para reclamar su justicia, terribles divinidades estas, que a nosotros se nos representan monstruos de pesadilla, capaces de decir Voy a secarte vivo para luego / bajo tierra arrastrarte / y allí habrás de sufrir todo el castigo / que merece tu acción de matricida.
Palas Atenea será la que medie entre las divinidades, jueza de una causa compleja, y así dirima entre la ley de dioses ancestrales representados por las Erinias, que siguen subyacentes y a veces están en la base de lo que llamamos "sentido común" un tanto inconsciente, y la voluntad de los dioses nuevos, en este caso Apolo, que dirigió los pasos de Orestes para restablecer un orden también divino, más relacionado con el Estado, digamos, la jerarquía que no permitió que el asesinato de Agamenón, esposo y rey, quedase sin castigo. Y, por cierto, como vemos en todas las obras de Esquilo, lo recto y lo justo viene a ser siempre el punto medio, el equilibrio, por eso la diosa establece en este primer juicio de un Areópago recién instaurado: Ni indisciplina excesiva, / pues, ni gobierno despótico, / que tales son los principios / que aconsejo respetar.
La votación del jurado en las urnas da como resultado un empate. ¿Inocente o culpable? Y mientras se produce la votación, un sustancial intercambio de palabras entre la Erinia (corifeo) y Apolo, que revela la pugna entre lo antiguo y lo nuevo, entre tradiciones ancestrales, tribales, y la instauración de nuevas formas de justicia y proceder, nuevas ideas. Al final, Orestes queda absuelto, puesto que, al darse un empate, el voto de Atenea a su favor se lo concede, a modo de voto de calidad de esta jueza instructora. Y esto podría provocar que las Erinias se volviesen contra la misma Atenas, pues se han contradicho así las leyes antiguas. Las consecuencias, en forma de peste, plagas y desolación, pueden ser terribles para todos los atenienses. El empate, sin embargo, hace que no se les reste la dignidad a las Erinias y lo que representan, en palabras de Palas. La antigua institución debe ser honrada, y la misma Atenas a partir de entonces reservará un lugar de culto para las Erinias, que serán llamadas Euménides ('bienhechoras, benévolas') a partir de ese momento. ¡La victoria es de Zeus, / el dios de la palabra!
*
La cita de Carmen de Burgos del principio es una de esas felices casualidades de la que ya hablé hace poco. En realidad, La hora del amor en mis manos fue todo un conjunto de serendipias de las que esta forma parte, pues estaba con Las Euménides cuando esta novelita de Carmen de Burgos vino a mí y eso me dio capacidad para entender bien ese fragmento. Merece su propia reseña, o impresión lectora, y la tendrá, pero no podía dejar de traer aquí ese pequeño diálogo entre Margarita, la protagonista, y Marta, que es la que llama euménide a una usurera. Y es de notarse que la llame así (bienhechora), y no erinia, que es como más bien contempla Margarita a los prestamistas. Margarita está sufriendo el abuso y el acoso implacable de acreedores que la meten en un bucle del que parece imposible salir, convirtiendo su vida en una pesadilla, amparados por leyes que a un tiempo parecen teñidas de injusticias, como las erinias a Orestes. Siendo así tan terrible, aun con todo, a Marta les parecen bienhechores, en el sentido que permiten a los ciudadanos afrontar gastos que les superan y deudas anteriores; para ella, si no existieran, a pesar de su implacable proceder, podría no haber salida a esas situaciones, de ahí que llame a la usurera euménide, con un conocimiento de los clásicos que podría sorprendernos a nosotros, pero no tanto a lectores de principios del siglo XX. Me pareció bastante curiosa y aun tiempo reveladora esta alusión.
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