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Si dijimos que Los Persas era la única tragedia de Esquilo que no pertenecía ni al ciclo troyano ni al tebano, entonces dijimos mal. Si hicimos eso, nos equivocamos, porque entonces no tuvimos en cuenta Las Suplicantes. Igual que las dos tragedias anteriores, Las Suplicantes pertenece a una trilogía perdida, queda ella como la única superviviente de la terna Suplicantes, Egipcios, Danaides, a la que se le uniría el drama satírico Amimone, también perdido. Al ser la primera de la trilogía, Las Suplicantes acaba dejándonos con la intriga, su final es el preludio de una acción que devendrá en un conflicto entre argivos y egipcios cuya causa es la que se expone en esta obra, que nos mantiene con lamentos y súplicas, y oraciones a Zeus y otros dioses, todo el tiempo. Las metáforas marinas también son constantes.
El coro vuelve a ser femenino, las protagonistas de la obra: las danaides, las hijas de Dánao, que han huido de Egipto por mar hasta la tierra de sus antepasados míticos, de Io, hasta Argos, acompañadas de su padre anciano. Huyen, en realidad, del matrimonio forzoso con notables egipcios, sus primos, que ellas aborrecen, matrimonios impuestos. Es la huida del macho, y a lo largo de toda la tragedia siempre nos queda la duda de si rechazan a esos hombres en particular o el yugo del matrimonio a cualquier hombre en general, su carácter amazónico de rechazo al varón.
Nada más llegar, se acogen a sagrado para protegerse y suplicar protección de la ciudad de Argos. Junto a las estatuas de los dioses, expresan sus súplicas, lamentos, bendiciones y maldiciones en una obra que, por definición y, usando un término de la propia traducción de Alsina Clota en Cátedra, es, en esencia, gemebunda. Lágrimas, gemidos, temores hechos palabras de oración desesperada.
Su trama es sencilla: llegan allí, esperan que los argivos las acojan y defiendan de la expedición egipcia que sin duda vendrá a reclamarlas, el rey de Argos duda y consulta, la ciudad se pone a su favor, aparecen los egipcios que casi se las llevan por la fuerza, se interpone el rey y su tropa que se las llevan a la ciudad, y todo queda en el aire a la espera de una más que probable confrontación de los griegos con unos extranjeros que pondrán sitio a la ciudad a causa de todo este asunto, algo que sabemos que no sucederá, pero que aquí parece presagiarse.
Las alusiones a Zeus, especialmente al mito de éste hecho toro con Io, son constantes, por supuesto dadas por sabidas en el público. Y las oraciones son fundamentalmente dirigidas a él, pariente divino y el más poderoso de los dioses. Temida es Afrodita (Cipris) y Ares, amantes y opuestos a un tiempo. Vuelve a aparecer Ate, nombrado al principio e implícitamente en las palabras del rey al heraldo de los egipcios, que por poco se lleva a rastras, tomadas por los cabellos, a las danaides, cuando le acusa de soberbio (hybris) por obrar así en su tierra y le subraya que, con ese comportamiento, ha errado (Ate).
Quien sea un experto o esté familiarizado con la literatura clásica griega tal vez se ría de lo que me llama la atención de estas tragedias, al fin y al cabo no dejo de ser un lector ingenuo en muchos sentidos. No obstante, guiado de nuevo por una candidez que creo que nunca perderé del todo aunque quisiera, terminaré mi impresión lectora de Las Suplicantes haciendo notar alguna. A ver, esto es cosa de la traducción, pero qué queréis que os diga, ya lo he mencionado, la palabra gemebunda me ha gustado: gemebundas son las tonadas de la Jonia pero también el espíritu y las palabras de este coro de suplicantes (si es que están por fuerza así todo el tiempo, suplicando, los gemidos son insoslayables); gemebundas es un adjetivo que daría juego en muchos sentidos.
Y luego frases. En parte alguna / verás de la desgracia igual plumaje es una verdad que hace reflexionar: el infortunio se manifiesta de manera muy variada en unos y en otros, adopta tantas formas, tantas maneras, que el otro siempre tendrá dificultades para darse cuenta y entender lo mal que lo está pasando uno, el calvario que uno transita, y la empatía se hace complicada, y uno tiene que tratar de persuadir y convencer a los demás de lo que tan amargo y evidente es en la conciencia.
Mas sin dolor no hay solución posible, verso en boca del rey de Argos, nos devuelve al dilema donde las dos posibilidades a elegir tienen grandes inconvenientes y complicaciones, como vimos al final de Los siete contra Tebas, muy propio de la tragedia griega y tal vez de la vida, donde blanco y negro se unen en grises para elegir. Aunque un poco después este hombre llega a decir: Pero prefiero ser un mal profeta / a un profeta verídico de males, muy en sintonía con la corriente filosófica y de vivencias actual; es complicado que este personaje nos caiga mal, que además se presenta muy humano desde el principio, con dudas desde el principio, honesto y resuelto en su cargo además. Y otra cosita de su boca: Criticar al poder le gusta, al pueblo, ¿quién negaría eso? Universal, de todos los tiempos. Quien me conoce sabe cómo detesto a los lobbies, a los que quieren ejercer poder e influencia sin asumir responsabilidades. Aunque aquí se habla del pueblo, de la opinión general. Por eso a sí mismo se dice ¡Que Suerte y Persuasión vayan conmigo! También se critica fácilmente al que es distinto: Siempre se está dispuesto hacia la crítica / del que habla otro lenguaje; en sentido literal, al extranjero, que habla otra lengua, pero igualmente al que habla otro idioma en el sentido de que tiene otras vivencias, otras prioridades, otras expectativas.
De Zeus el peso recibiera es imagen del acto sexual muy evidente pero también muy ilustrativo.
Cuando, ya al final, hablns las sirvientas, el diálogo es más sabroso, pues estas no comparten la decisión de sus amas. Y, ante tanta súplica, aconsejan moderación al pedir, incluso a las divinidades: "Nada en exceso", incluso con los dioses.
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