No soy especialista en literatura japonesa, como no lo soy en nada, tiendo a diversificar mis intereses, que igual me llevan a la Primera Guerra Mundial que a Sumeria, igual al romanticismo inglés que a Borges. O bien a reiterarme. Supe primero del haiku, y no precisamente del japonés, sino de poetas españoles; descubrí el Kokinwakashu de la mano de Torquil Dothie y su selección me la habré leído cinco, seis, siete veces, enamorado del tanka pero sin buscar más. Antes, mucho antes, me había leído el Libro del té, de Kakuzo Okakura, no tan lejano a Soseki, y su contraste entre las sensibilidades occidental y oriental, y su reivindicación. Ese librito me magnetizó en su momento. Y van cayendo en mis manos prácticamente al azar Máscaras femeninas, el Genji conmigo tanto tiempo, ...
Vayamos con Kokoro, para mí será fácil, solo me basta con realizar dos actos: uno, traer aquí todo lo que estado expresando en las redes, Instagram fundamentalmente; otro, cerrar los ojos y recordar, evocar.
Ya lo dije: lo compré por error. Lo vi de soslayo en una librería abarrotada de gente, embargado por la lectura de la Novela de Genji, me deslumbró su portada, creí que era otro monogatari de la época de Murasaki, ¡fíjate!, y para nada. Felices casualidades.
Me leí con cierta continuidad el estudio previo de Carlos Rubio. Me enteré de todo, me contextualicé bien. Hallé en sus últimas palabras un alivio sobre el lenguaje y tono de mi Amae pop blue. Sonreí. Empecé a leer lento, disfrutando. Di el acelerón y me lo acabé en un día, y estuvo muy bien. Y a pesar de ser de la Era Meiji, yo he hallado en esta obra todo lo que me satisface de la palabra en japonés, creo que Okakura hizo muy bien su trabajo conmigo. Absorbí todo lo cadencioso, lo estacional, lo extremo y aun tiempo monótono que me suelen traer estas lecturas.
No voy a desdecirme mucho de lo que proclamé en mis reels. Se divide en tres partes. La primera, Sensei y yo, me dio la satisfacción de esa lentitud tan placentera, el disfrute de leer una narración en la que apenas ocurre nada y los silencios dicen tanto... Es el calado. Te va calando como un aroma sutil. Me pareció la parte más poética, creo que fue la que más me gustó. La segunda parte, Mis padres y yo, con ese yo de narrador-protagonista del que no sabemos su nombre, casi me hace llorar. Por eso dije que me pareció la más emotiva, aun siéndolo más la tercera. Tal vez sea personal. No hay nada desgarrador en la forma de narrar esta parte. Tal vez la distancia, la actitud y las palabras de su padre y, sobre todo, de su madre, me enternecieron. Me enternecieron mucho. Y la última, en la que ahora es sensei el narrador, porque se trata de una extensa carta dirigida al yo de las dos primeras partes, tengo que calificarla como la más "japonesa", esa forma de sentir y actuar, esa autocrítica cruel, como diríamos hoy. Seguramente fue la más poética y la más emotiva, y la más intensa. Crees que sensei y crees que el yo de las otras partes se torturan en pensamientos y sentimientos de larga digestión, tus opiniones sobre el amigo de sensei, tan religioso y ofuscado, van variando tanto, y al final te compadeces de todos: del amigo, de sensei, de su mujer. Es todo tan estático, una frialdad con tanto calor... Lo dije: esa parte tiene un aire a El curioso impertinente de Cervantes, un aire, pero de otro modo.
El final es muy japonés. Diríamos nosotros que por desgracia. Me pareció una obra admirable. Está apuntada ya como una de mis favoritas.
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