domingo, 7 de septiembre de 2025

"EL SONÁMBULO DE VERDÚN", DE EVA DÍAZ PÉREZ. IMPRESIÓN LECTORA.

                  Qué guerra tan cruelmente poética (p. 301). 




Escribo en la noche del siete de septiembre de dos mil veinticinco. Con la luna llena en Piscis, luna de sangre, y un eclipse que ha tenido esta misma luna, además, aunque por las nubes, extrañas nubes, por aquí no se ha podido ver, pero sí un arco iris tras ellas con tonalidades rojizas. Imagino que esta entrada aparecerá con fecha de ocho de abril, me queda muy poco para acabar El sonámbulo de Verdún, de Eva Díaz Pérez (Ediciones Destino; Barcelona, 2011), y luego seguir redactando, la imagen, las etiquetas, todo ello me llevará al ocho aun escribiendo un siete. Y esta tarde he soñado en mi "siesta", la mini cabezada que me ha dejado mal cuerpo. El sueño de una ausencia. Una prenda muy reconocible bien doblada que ya no debería estar en ese cuarto ni en esta época. Aprovecho que Eva Díaz describe sueños un tanto así para anotarlo aquí. ¡Qué día tan extraño! Pero es el elegido por fuerza para esta "reseña". Que en puridad lo que yo hago, ya lo sé, lo he dicho, no son reseñas, sino impresiones lectoras. 

     Lo primero que me nace decir de esta obra narrativa es que trabaja con muy diversos materiales, y, sí, juega con múltiples elementos. Muy bien construida y con rumbo fijo, a la autora le habrá gustado tener al lector en movimiento de vaivén cronológico constante, hacerle en cierto modo partícipe de su proceso de escritura un poco a modo de metanovela, líneas o parrafillos de metanovela. Yo me la imagino divirtiéndose al hacer eso. Y lo de jugar es otra, se va marcando el ritmo de un juego de mesa. El tablero cambia, son distintos escenarios. Se lanzan los dados y las fichas se mueven. Las fichas son los personajes, también el juego es de marionetas. Si te la has leído, o cuando la leas, entenderás todas estas referencias que hago. Pero, a lo que quiero venir aquí, es a lo de los diferentes planos. En el más alto, observando todo, estamos nosotros, los lectores. Pero no: Eva Díaz nos hace también personajes, lo siento, ella mueve los hilos, ella es la del plano superior. O no sé, porque al automencionarse se hace personaje también. Juega, sí, con muchos elementos que va ensamblando. Por ejemplo, casi al final aparecen acotaciones, como si fuera teatro, porque se describe como si fuera una escena teatral (pp. 337, 338). Paro con esto, no quiero hacer un inventario, solo dar mi impresión lectora, como dije. Aunque en ocasiones usaré las palabras de la propia Eva Díaz.

      Pues, como ella misma dirá, El sonámbulo de Verdún "nos hace vivir (esas) cuatro biografías unidas por hilos imperceptibles que solo nosotros reconocemos" (p. 342), ya que en cierto modo nos ha hecho cómplices en su ir desgranando narraciones aparentemente desvinculadas. Es feo lo de hacer espóiler. Me alejo ya del final de esta obra para no correr ese riesgo.

      Se trata de una novela. ¿Qué? ¿Impresionado por mi afirmación? Pues la digo antes de enredarnos en si es histórica, esto o lo otro. Al decir que es una novela, la reivindico como un texto literario sobre todo. Tiene esa intención, ofrece una lectura en zigzag, digamos, de estructura fragmentada, de puzle, o más bien de balanceo, de columpio. Pero su lectura es fluida, perlada con frecuencia de frases muy  felices. Claro que no voy a poner un muestrario de ellas, ya he dicho que mi intención no es hacer inventarios. Tal vez esta, por ser de las primeras, pueda servir de ejemplo: Es terrible jugar con la ventaja de conocer el futuro del pasado (p. 22). En fin: es una novela multifocal. Aunque tiene un narrador omnisciente (que en muchas ocasiones se identifica en cierto modo con la autora), se enfoca alternativamente en diferentes protagonistas y secundarios. Bien documentada, novela histórica es, ofrece grandes elementos estéticos y literarios. Aparecen, entre otros muchos temas, acción bélica y de otros tipos, reflexión, sexo, sueños, recuerdos, música, bebidas y comidas, museos e iglesias, y calles y otros edificios (que en no pocas ocasiones evocan en diferentes personajes diferentes vivencias, no son simples escenarios), revoluciones e ideologías, eventos culturales, la ciencia y el espiritismo de la época, y el psicoanálisis, arte, amor, secretos, vida familiar, ... 

     Sí, es una novela histórica, lo dije, aunque da la impresión de periodística con mucha frecuencia. Novela histórico-periodística, entonces. Muy bien documentada, como señalé, y muy bien manejados los datos históricos para el propósito de la ficción narrativa.

      Como quiero dar mi impresión lectora, y no hacer un análisis, que es lo que parece hasta ahora que hago, dejaré en mi ficha con anotaciones de letra minúscula muchas de ellas para futuras referencias o usos, y me centraré en elementos que me llaman la atención como lector, detalles de mi subjetividad. Tres, si os parece bien.

     El sexo. ¡Claro, claro, el sexo, cómo no! A ver, a lectores adultos y maduros del siglo XXI qué nos puede sorprender. Yo me alegro, porque naturaliza o "normaliza" algo tan natural, normal y necesario y propio del ser humano de todas las épocas en el lenguaje narrativo. Está en pequeñitas dosis, ninguna similar a la otra, las hay de todo tipo, si por algo destaca esta novela es por su variedad. Parte de la vida, como con los demás temas se trata con naturalidad, y esa naturalidad es la que me ha llamado la atención. Dos embarazos no esperados, o al menos no planificados, hablar de ovarios y de olor a hembra, por ejemplo, y tranquilamente de lupanares y de prostitutas. Ahora, lo que más me ha gustado, sabiendo que la autora es mujer, es cómo refleja el deseo y disfrute del hombre, de manera igualmente natural. Lo digo porque, como escritor, yo tuve la necesidad de tratar el deseo y la experiencia sexuales femeninas con toda la naturalidad que pudiera sin decir tonterías. Expresión deliciosa, me pareció, fue su "damitas de pechos audaces" (p. 194), que, lo siento por la autorreferencia, me recordaron a cómo mi Rodrigo sintió vivaces los grandes pechos de Nerea cuando lo abrazó al inicio de Amae pop blue. Tengo que dejarlo ahí porque, lo dije, no quiero espoilear su libro como si fuera la tumba de un faraón. Solo dejo constancia de la alegría que me provocó el poder alinearme con más personas en este asunto.

     Más potente, sin duda, me parecen los recuerdos, los recuerdos son absolutamente fundamentales en esta obra. Si bien el sexo, al menos para los hombres, podría considerarse "asidero y evasión necesaria" y un "pasatiempo favorito" de alguno, lo cierto es que esas expresiones las usa Eva Díaz para referirse a los recuerdos. Para el sexo, en concreto la masturbación, ya usará otra frase feliz, benditas ceremonias de autocompasión (p. 236) Muy relevante, el recuerdo, digo, dado que "en la guerra solo existe el presente" (p. 196), claro, o tal vez por eso. Yo, a los recuerdos, les añadiría también el elemento onírico, aunque no tan en primera línea como el ejercicio de la memoria. Con naturalidad también aparecen los horrores de la guerra, un poco de la represión, historia, periodismo y recuerdos de unos y otros, incluidos nosotros, se mezclan en todo momento.

     Y el tercero aparece al principio de este artículo: el juego. Hay un momento en que parece que va a dar a elegir al lector dos posibles finales, escogiendo entre derecha e izquierda (p. 280). ¿Alguien podría pensar que no iba a comentar eso? Adivina a qué libro escrito por un servidor me ha recordado. Si es que todo está conectado, algo que pasa en esta misma novela. Y palabras que resaltan. Pero jugamos contra el tiempo, o en el tiempo, en una especie de cronomaquia (p. 279) y yo debo ir terminando. No sé Eva Díaz, confieso que las Notas de la autora del posfinal me quedan pendientes, pero esa palabra que usa, logoterapia (p. 257), para referirse al ejercicio que realiza uno de sus personajes, la escritura como terapia, es algo que tengo muy incorporado a mi vida.

     

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